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Mueble Que Usan Los Psicologos?

Mueble Que Usan Los Psicologos
La vida del diván – Freud utilizó el diván en su consulta médica antes de los días del psicoanálisis. Experimentó c on toda clase de recursos, desde electroterapia hasta masajes y baños terapéuticos, aunque finalmente terminó abandonando todas esas técnicas porque no existía evidencia de que estuvieran teniendo éxito con sus pacientes.

No fue sino hasta que su idea de la “libre asociación” se combinó con las teorías freudianas de psicoanálisis que el sillón realmente asumió un rol propio. Freud creía que su técnica – pedirle al paciente que se acueste, sin hacer contacto visual, y pedirle que diga lo primero que se le viene a la mente- podía aportar nuevas ideas para su método psicoanalítico.

El diván ayudó a crear un ambiente que era a la vez clínico e intimista, lo que permitió que el paciente explorara libremente sus ideas y pensamientos y construyese un cuadro con el que el psicoanalista podía empezar a trabajar. Fuente de la imagen, BBC World Service Pie de foto, La idea del consultorio del psiquiatra se alimenta en gran medida de la imagen construida en la cultura popular, con filmes como “Annie Hall”.

“La única regla del psicoanálisis es que el paciente debe decir lo que sea que se le venga a la mente, Es como un discurso privado, en la intimidad, aunque hay alguien que está escuchándolo”, señala Ward. Fue también en el consultorio de Freud que surgió la idea de que el terapeuta se siente detrás del paciente, apunta el curador del museo.

Freud experimentó con colocar su silla en distintas posiciones pero se cree que finalmente se inclinó por colocarla detrás del diván después de un episodio con una paciente mujer que, acostada sobre el sillón y mirándolo de frente, había intentado seducirlo.

¿Qué muebles debe tener un consultorio psicológico?

Tener el mobiliario mínimo necesario para brindar una adecuada atención, tales como: sillas cómodas, escritorio, archivo para el resguardo de expedientes y documentos importantes, un armario con seguridad para el almacenamiento de tests y pruebas psicológicas, un mueble donde colocar juguetes y otros materiales para la

¿Qué es el diván en psicologia?

El diván – Blog del Centro ELEIA Por Jorge Salazar El diván es el símbolo del psicoanálisis. Su imagen está indisociablemente ligada a Sigmund Freud y a su genial descubrimiento. En la vasta iconografía de la cultura popular, las diversas imágenes del diván —ya sea en el cine y la televisión, o en medios impresos— se asocian con la psicoterapia psicoanalítica.

  1. De este modo, cualquier persona informada vincula el diván con la práctica freudiana y la sola referencia a ese objeto puede darle una cierta idea de que ahí se efectúa un análisis freudiano.
  2. Más aún, “estar en el diván” es la expresión metonímica de llevar a cabo un psicoanálisis.
  3. Para muchos pacientes, al deseo inicial de acudir a la psicoterapia le sigue el deseo de recostarse en el diván del analista y, así, satisfacer una curiosidad promovida por las imágenes que circulan en los medios, al tiempo que emprenden una experiencia original y particularísima en que la relación entre dos personas y el diálogo que se establece entre ellas están mediados por el uso del diván.

Otras expresiones coloquiales como “desde el diván” o “poner en el diván” significan, respectivamente, revelar un conocimiento íntimo, secreto o confidencial, y someter un acontecimiento, concepto o una serie de ideas a una reflexión profunda. En este sentido, el diván, a pesar de ser un anacronismo y una reliquia del siglo XIX que solo pervive en los consultorios de los psicoanalistas, es sinónimo de un trabajo intelectual esforzado, comprometido y profundo.

  • No obstante lo anterior, desde el punto de vista de la técnica psicoanalítica, el diván no determina al psicoanálisis; es solo un elemento accesorio, de indiscutible valor y utilidad en la sesión, pero secundario con respecto a los aspectos esenciales que definen al método psicoanalítico.
  • En efecto, el psicoanálisis consiste, en rigor, en el develamiento de los contenidos infantiles de las fantasías inconscientes a través de la interpretación de la transferencia.

En palabras de Freud, se refiere a levantar la represión y llenar las lagunas de recuerdo que la amnesia infantil impuso sobre las experiencias vitales tempranas. Y, aunque ciertamente es más factible lograr este objetivo cuando el analizante está tendido en el diván, puede obtenerse también en la posición frente a frente.

Por otro lado, no siempre que un paciente está recostado sobre el diván se efectúa un psicoanálisis propiamente dicho, puesto que, si el terapeuta no interpreta la transferencia para descubrir la fantasía inconsciente que se oculta en ella, realiza, en el mejor de los casos, una psicoterapia psicoanalítica o bien alguna otra modalidad psicoterapéutica, incluso sin bases freudianas, psicodinámicas o psicoanalíticas.

De ahí se concluye que el empleo del diván en la sesión no implica necesariamente efectuar un psicoanálisis, a pesar de que lo representa en el amplio y ambiguo territorio de la psicología popular. La función del diván en el psicoanálisis El empleo del diván data de la época prepsicoanalítica y se relaciona con su antecedente inmediato: la hipnosis.

  1. Los psicoterapeutas del siglo XIX, que usaban el método hipnótico para tratar las perturbaciones de origen nervioso, recostaban a sus pacientes en el diván y se colocaban detrás de ellos, a veces presionando ligeramente su frente con la mano para inducir el trance hipnótico.
  2. Al comenzar su actividad profesional como médico neurólogo en Viena, Freud se interesó en aplicar la hipnosis y aprendió la técnica de sugestión con Hippolyte Bernheim, a la sazón uno de los principales hipnotistas radicado en Nancy, Francia.

Para ventura nuestra, los resultados terapéuticos que Freud obtuvo con la hipnosis fueron infructuosos, por lo que rápidamente la desestimó y, como sabemos, desarrolló a la postre el método psicoanalítico. En sus escritos sobre técnica, Freud aduce que conservó el diván para conducir la sesión en forma más cómoda para él, puesto que las varias horas al día atendiendo pacientes frente a frente resultaba agotador para el médico.

  • Hoy pensamos, sin embargo, que el empleo del diván no solo obedece a la necesidad de satisfacer las condiciones de confort del analista en su trabajo, sino que responde a la naturaleza suigéneris del método psicoanalítico.
  • El empleo del diván favorece dos de las características esenciales del psicoanálisis: la asociación libre y la atención flotante,

Así, el paciente tendido en el diván puede liberar más fácilmente su pensamiento y su discurso al no someterlos tanto al control que suele implicar la posición frente a frente; a su vez, el analista escucha distraídamente para percibir el material inconsciente que se insinúa en el discurso, sin la presión de tener que responder en el nivel consciente y realista, o suprimir en forma prematura los silencios que acompañan al diálogo.

Debemos señalar que esta forma de aplicar el método psicoanalítico se limita, en general, a los pacientes neuróticos, es decir, aquellos con la facultad de construir y usar símbolos de modo adecuado. La relación analítica constituye en la transferencia —esto es, en el plano simbólico e imaginario, en la fantasía o en el “como si” — la representación de los vínculos infantiles con los objetos primarios.

De este modo, la interpretación de los contenidos inconscientes en la transferencia es quizás más accesible a la comprensión del paciente. Por otro lado, al no tener al analista enfrente, aquel se habla tanto o más a sí mismo que a éste, con lo cual el diván promueve la escucha fina, sutil, no solo del analista, sino de la persona sobre su propio discurso, sobre los deslices del inconsciente que se revelan en el lenguaje.

El uso adecuado del diván en la sesión psicoanalítica El uso del diván acentúa la asimetría de la relación analítica, la cual consiste en que el analizante no puede mirar al analista, pero éste lo escudriña todo con su mirada; en que aquel no puede saber nada de la vida personal del analista, pero éste llega a saber todo sobre él.

Los pacientes con marcados rasgos narcisistas, intensas ansiedades de castración y conflictos de rivalidad y competencia no soportan la asimetría del vínculo analítico, se revuelven en el diván e interrumpen pronto la terapia. En cambio, aquellos que llegan a comprender que la asimetría no se debe a la imposición de la autoridad o del saber superior del analista, sino que es precisamente una condición para favorecer el saber del analizante sobre el del analista, podrán beneficiarse de la profunda indagación del conocimiento de sí mismos, de lo que saben sin darse cuenta que saben.

Por otros motivos, no es aconsejable emplear el diván en pacientes con estructuras psicóticas, trastornos limítrofes de personalidad, estados melancólicos pronunciados, desórdenes alimenticios y enfermedades psicosomáticas severas. En todos estos casos existen fallas o déficits de los recursos simbólicos que evidencian la precariedad de la constitución subjetiva y, por ende, exhiben el nivel arcaico o marcadamente regresivo de los conflictos psíquicos y de la estructura, funcionamiento y desarrollo de la personalidad.

Las ansiedades de separación y pérdida, así como los temores paranoides y de aniquilamiento, y los sentimientos de vacío y despersonalización se acentúan en el diván impidiendo con ello lograr la contención mínima que la función analítica debe también proveer.

  1. Existe, pues, una contraindicación formal para el uso del diván en estos pacientes, al menos durante las etapas inicial e intermedia del proceso analítico, que podría revocarse en etapas avanzadas dependiendo del progreso emocional obtenido en cada caso.
  2. El diván puede participar o no en la cura analítica, lo cual está determinado por la aplicación del método en función de las peculiaridades de la persona y de su problemática emocional.

En cualquier caso, podemos afirmar que, así como no existe el psicoanálisis sin Freud, no hay psicoanalista sin diván. : El diván – Blog del Centro ELEIA

¿Cuándo se usa el diván en terapia?

aperturas psicoanalticas revista internacional de psicoanlisis Nmero 065 2020 Ver en PDF Autor: Tejedo Garca, Alfred Para citar este artculo Tejedo García, Alfred (2020). Uso del diván y del cara a cara en la terapia psicoanalítica. Aperturas Psicoanalíticas (65). http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001127 Para vincular a este artculo http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001127 Resumen El trabajo pretende reflexionar sobre el uso del diván y del cara a cara como soportes de la terapia psicoanalítica. La introducción sitúa las características de la psicoterapia psicoanalítica; se hace una definición de lo que se entiende por los encuadres “diván” y “cara a cara”; se refieren las aportaciones de ambos encuadres apoyándonos en la bibliografía publicada sobre el tema así como las críticas de ambas modalidades de trabajo y los pocos estudios experimentales para dilucidar las ventajas y desventajas del uso diván y del cara a cara. La discusión refiere la necesidad de ponderar el encuadre de elección de acuerdo al caso por caso, es decir, a las características del paciente, así como a las particularidades del analista. En la conclusión, referimos las distintas posibilidades de trabajo tanto desde la perspectiva del paciente como del analista y consideramos, de acuerdo con psicoanalistas de diversas escuelas, que los beneficios del trabajo con diván superan las desventajas respecto del encuadre cara a cara sin caer en defender una sola modalidad de trabajo, ni que sea válida para todos los pacientes ni para todos los terapeutas. Abstract The work aims to reflect on the use of the couch and face to face as supports of the psychoanalytic psychotherapy. The introduction places the characteristics of psychoanalytic psychotherapy; a definition is made of what is understood by the frames “coach” and “face to face”; the contributions of both frames are relieved based on the bibliography published on the subject; the criticisms of both work modalities and the few experimental studies to elucidate the advantages and disadvantages of the couch and the face to face are mentioned. The discussion refers to the need to weigh the frame of choice according to the case by case, that is, the characteristics of the patient, as well as the particularities of the analyst. In the conclusion, we refer to the different possibilities of work both from the perspective of the patient and the analyst and consider, according to psychoanalysts of various schools, that the benefits of working with a couch overcome the disadvantages with respect to the face-to-face framing without defending a single work mode, nor that it is valid for all patients and for all therapists. Palabras clave cara a cara, divn, encuadre, psicoanlisis, terapia psicoanaltica. Keywords couch, face to face, setting, psychoanalytical therapy, psychoanalysis. El uso del diván o del cara a cara en un encuadre que pretenda ser psicoanalítico es una cuestión discutida desde hace un tiempo, creemos que, de manera especial a partir de los aportes de la neurociencia, las teorías del desarrollo infantil y las de la investigación en psicoterapia, aunque no exclusivamente. Nuestro punto de vista es que el diván se puede y se debe usar cuando existe una pretensión de hacer un trabajo terapéutico que comporte el desarrollo de un proceso analítico con aquellos pacientes aptos para ello y que se presten a tal procedimiento. Ciertamente, el cara a cara aporta unas posibilidades de comunicación con el paciente que superan las que aporta el diván; la cuestión está en ver si son dos procedimientos equivalentes o si tienen especificidades, qué aspectos enfatiza uno y cuáles el otro. Pero repasemos primero el contexto en que se ofrecen ambos procedimientos, es decir, el de la psicoterapia. Existen diversas definiciones de psicoterapia, otras tantas de psicoterapia psicoanalítica y lo mismo del psicoanálisis. Nosotros entendemos en este artículo la psicoterapia como una interacción humana, al menos entre dos personas, que comparte rasgos generales de toda otra interacción, pero, a su vez, mantiene unas notas que le son específicas. Toda interacción humana requiere de un intercambio de intencionalidades entre uno y otro sujeto para que pueda ser así considerada; así, por ejemplo, la simple presencialidad de dos sujetos, sin deseo expreso de influir el uno sobre el otro de alguna manera, por sencilla que pudiera ser, no podría considerarse interacción humana. La psicoterapia se construye a partir de una disposición mutua de los dos protagonistas −en psicoterapia individual− de la experiencia psicoterapéutica. El psicoterapeuta se ha capacitado, previamente, para atender la demanda de ayuda del posible paciente. Se requiere una formación −a menudo muy rigurosa en el ámbito, al menos, de la terapia psicoanalítica− para disponer a la persona del psicoterapeuta para hacerse cargo de la comunicación necesitada de ayuda psíquica del paciente. Es igualmente necesario para que se produzca una psicoterapia que el paciente, primero, identifique su necesidad dentro de sí para ir al encuentro con un psicoterapeuta, después. La psicoterapia psicoanalítica es una modalidad de entre las psicoterapias posibles que se sustentan en la diversidad de principios teórico-técnicos de las diferentes escuelas psicológicas y, más concretamente, psicoterapéuticas, que existen en la comunidad científica de la psicología y la psicoterapia. La psicoterapia psicoanalítica pretende aplicar tanto la teoría del psicoanálisis como la metodología psicoanalítica, es decir, aquella basada en el uso de la regla fundamental del psicoanálisis, la asociación libre del paciente, y esto tanto en el dispositivo del cara a cara, con sus limitaciones y posibilidades, como con el uso del diván, también con sus limitaciones y posibilidades. Para algunos, la mayor restricción focalizada de la atención del psicoterapeuta sobre la asociación libre del paciente, decanta la diferencia entre psicoterapia psicoanalítica y psicoanálisis, siendo el terreno específico del psicoanálisis aquel en que predominaría la atención flotante del psicoanalista. Freud mismo acuñó tres significaciones para el término psicoanálisis en su obra “Psicoanálisis y teoría de la líbido” (1923/1983): método de investigación, tratamiento y conjunto de teorías psicológicas y psicopatológicas. Es poco discutible que el psicoanálisis es un cúmulo de saber que proviene del uso del método psicoanalítico con los pacientes así tratados −inicialmente en diván− como por la reflexión teórica derivada de la información que aporta la variada experiencia clínica con los innumerables pacientes tratados con ese método y con sus aplicaciones. No podemos obviar la ingente variedad teórica y técnica que hoy en día exhibe el psicoanálisis, a más de un centenar de años de su descubrimiento, que en sus inicios ya fue plural −y lo sigue siendo (Wallerstein, 1988). Nuestras consideraciones en torno al uso del diván y del cara a cara se deben enmarcar en el limitado campo de la variada comprensión psicoanalítica; mostraremos un elenco de aportaciones de diferentes orientaciones sin pretender ser exhaustivos. Trataremos de huir de la adscripción a un modelo teórico de comprensión de la mente entre tantos e intentaremos basar nuestra reflexión en los datos aportados por la clínica, procedimiento no poco psicoanalítico −dicho sea de paso. Así, intentaremos una reflexión más fenomenológica que noumenológica, si se nos permite el símil kantiano, ya que el uso del diván y del cara a cara forman parte del acervo experiencial psicoterapéutico y, sólo secundariamente, del saber teórico. ¿Qué se entiende por diván? ¿Y por cara a cara? La acepción “diván” en el uso que se hace del término en el contexto psicoanalítico parece provenir del árabe clásico d?w?n y, en las principales lenguas occidentales −que conozcamos− alemán, inglés, francés, castellano, catalán, italiano y portugués se mantiene con parecida grafía (diwan, divan, diván, divano, divã). La definición del término suele referir su condición de mueble destacando sus características tanto descriptivas como funcionales, así se destaca que es una especie de sofá, de banco, o de cama que ni tiene respaldo ni reposabrazos y que sirve para estirarse en él; en algunos diccionarios se insiste en que se coloca junto a la pared y que está provisto de cojines. Este mueble se distingue del otro, la silla o sillón −a veces, sofá−, que suele dar soporte al cuerpo sedente desde el que se establece el “cara a cara”, de la relación psicoterapéutica en general y psicoanalítica en particular. Precisamente, la silla, se diferencia del diván, en su descripción y funcionalidad tanto por la provisión de respaldo y la posibilidad de apoyabrazos, como por su uso para sentarse. Ambos muebles sirven para acoger el cuerpo, uno sirviendo de base para la totalidad del cuerpo estirado, el diván, el otro, para darle descanso sedente. A simple vista se intuye cómo un mueble u otro, por su sola acogida del cuerpo, pueden favorecer un discurso y una comunicación de características parcialmente distintas. Ciertamente, no hay psicoterapia si no hay discurso hablado aunque no sea exclusivamente hablado, es decir, sabemos que en psicoterapia como en cualquier otra relación humana prestamos atención, sabiéndolo conscientemente o no, a la comunicación no verbal y la incorporamos a la comprensión de lo que está diciéndose con la palabra −y con el silencio−, en fin, nos referimos a la función expresiva, emotiva, apelativa del lenguaje. La experiencia clínica informa de como los pacientes pueden hacerse conscientes de los estados, tanto internos como externos, del analista, a través de una mirada fugaz a la entrada o salida de la consulta, como de los movimientos corporales del analista, o del propio contacto cara a cara (Skolnick, 2015). El encuadre cara a cara pone el acento en la visibilidad de ambos participantes de la psicoterapia psicoanalítica, y particularmente, del rostro de cada uno, siendo éste, tan especialmente vehículo de la comunicación humana muy por encima de otros segmentos de la corporalidad. Se sobreentiende, en este caso, que ambos sujetos con sus respectivas caras estarán en posición sentada en una silla o sillón cada uno y visibles el uno al otro. Algunos son más partidarios que otros de la ubicación de las sillas respectivas en un ángulo de oblicuidad óptima para la comunicación que permita más libertad de expresión que la de las emplazadas frente a frente, En definitiva, ni el diván ni el cara a cara dan cuenta suficientemente de la metodología psicoterapéutica psicoanalítica; ambas referencias aluden a una parte de lo que puede ser la experiencia psicoterapéutica que puede desarrollarse en unas condiciones diferentes. Veámoslo con más detalle. Aportaciones específicas del diván y del cara a cara a la psicoterapia psicoanalítica La clínica informa de que una narración de un paciente en diván puede perfectamente coincidir, en cuanto al contenido de lo narrado y, si cabe, de su expresividad, con lo que pueda expresar otro paciente en situación de cara a cara −incluso con el propio paciente en esa otra situación, si fuera posible simultanearlas, a lo sumo puede secuenciarse un encuadre primero y después el otro ¿Cuál es la especificidad de cada encuadre? Procederemos primero a consignar lo que nos parecen las aportaciones específicas de cada encuadre así como las críticas que reciben apoyándonos tanto en nuestra experiencia clínica como en las aportaciones de la bibliografía. Aportaciones del diván En los orígenes de la práctica psicoanalítica Freud empieza a usar el diván cuando aún practicaba la hipnosis, como consta en su obra “Sobre la teoría del acceso histérico”, escrita en colaboración con Josef Breuer, (1892/1983), en ella refiere su uso en el caso de la señora Emmy von N. −a quien, además, practicaba masajes tendida en el diván−, Miss Lucy R. e Isabel von R. También en “Psicoterapia de la histeria”, (1895/1983), hace referencia al uso del diván, ya sin utilizar la hipnosis, donde aconsejaba a los pacientes estirarse con los ojos cerrados para mayor concentración. Inicialmente el diván, pese a ser una herencia del ceremonial hipnótico, pasará a ser parte esencial del método psicoanalítico y así lo será durante años. Posteriormente empezará a ser discutido su uso como elemento esencial de la cura. Freud en su obra “La iniciación del tratamiento” (1913/1983), ya señala su motivación inicial en el uso del diván que no es otra que la de preservarse a sí mismo y a su paciente; a si mismo, de la presión de sentirse observado y a su paciente, de condicionarlo en su expresividad por la observación de sus reacciones. Freud llega a afirmar que no puede soportar ser mirado por los pacientes con los que está trabajando ocho o más horas diarias seguidas, así como que no quiere que sus gesticulaciones puedan influir en el material a interpretar ni en lo que el paciente le pueda querer decir (Lingiardi y De Bei, 2011; Moraitis, 1995; Skolnick, 2015). Ahora bien, la finalidad de Freud al usar el diván no es otra que la de disponer su propio inconsciente para la escucha del inconsciente del paciente, sin esas interferencias (Freud, 1913/1983). El uso del diván, por lo tanto, protege tanto al paciente como al analista con vistas a entrar en un diálogo lo más libre posible de presiones bilaterales, dentro de unos límites. Inicialmente se parte de la consideración de que la observación del rostro puede tanto distraer como estorbar el discurso del paciente y la comprensión del analista. Con todo, es el propio Freud el que animaba a los clínicos a atender a la expresión facial de los pacientes para tratar de descubrir la memoria de lo que se había estado intentando negar en sus vidas (Lingiardi y De Bei, 2011). A partir de esta experiencia freudiana, asumida después por generaciones y generaciones de psicoanalistas, se va asociando necesariamente el uso del diván como conditio sine qua non para el mantenimiento de lo que será la regla básica del psicoanálisis, la facilitación de la asociación libre, del lado del paciente, y la de la atención flotante, del lado del psicoanalista. Para ambos extremos, el diván es un favorecedor de la técnica por cuanto se libera a ambos protagonistas de la presión de la mirada del otro (Gedo, 1995; Grotstein, 1995; Moraitis, 1995; Searles, 1984-1985). La experiencia terapéutica va a ir configurando la convicción de que el uso del diván empleado como soporte para la facilitación de la asociación libre permite el acceso a contenidos mentales del paciente que permanecen escondidos en el funcionamiento consciente usual por la fuerza de la represión, para cuya superación el diván es condición de posibilidad. Al mismo tiempo, para el analista, el diván va a favorecer el contacto con la propia respuesta emocional y cognitiva, sin restricciones, liberado de la presión de la mirada del paciente. El hecho de que el paciente no visualice al analista permite que pueda estar más pendiente de su mundo interior, más que de los estímulos externos, menos defendido y menos inhibido que en la posición sedente, en la que sí hay exposición visual. Aunque no está exento de polémica (más adelante entraremos en ella), pareciera que la falta de acceso visual a las reacciones del psicoanalista, a su expresividad, gesticulación, mímica, etc., condiciona en menor grado el discurso del paciente y permite explorar mejor sus fantasías sobre aquel. El diván se va a considerar como pieza básica favorecedora de la creación inconsciente del tercero analítico −reverie, en términos bionianos−, es decir, el espacio para pensar la experiencia que se generará en la sesión por la superposición de los roles de ambos protagonistas, de la labor conjunta de uno y otro protagonista de la experiencia terapéutica, cada uno desde su lugar particular. Green (2004) contempla la terceridad vinculándola a la ausencia, la potencialidad, la virtualidad, frente a otras visiones que la contemplan en relación con la ley, con la función paterna, o con la “ley del padre”, por ejemplo, en Lacan (Martin-Montoliu, 2005). Bion (1962/1980, pp.53-61), desarrollando las ideas de Freud y de Klein, particularmente la noción kleiniana de identificación proyectiva, va a considerar la capacidad de rêverie, o de ensoñación de la madre, como la posibilidad de metabolizar la información sensorial del bebé que le proyecta a ella, por intolerable, es decir, por frustrante, para transformarla en posibilidad de satisfacción (Bodner, 2019; López, 2002). Al analista le corresponde esta función de metabolizar las comunicaciones del paciente para devolverle la significación simbólica de la misma. Odgen, analista bioniano, se refiere a la creación del “tercero analítico intersubjetivo” definiéndolo como resultado de la participación, si bien asimétrica, de las reveries de los dos participantes de la experiencia analítica, paciente y analista, que han de facilitar ese estado mental en que el tercero analítico pueda ser generado, vivenciado y elaborado. No hay duda, para Ogden, que el diván está del lado de las condiciones de posibilidad ?formalmente? del proceso analítico, si bien, no es garantía de que se genere exclusivamente por su uso; el diálogo analítico requiere, necesariamente, de la creación de símbolos, de pensamiento simbólico (Ogden, 1996). Desde determinadas escuelas psicoanalíticas de base kleiniana se ha entendido que el uso del diván está asociado desde los orígenes con la facilitación del proceso analítico que trata de priorizar la escucha de la reedición de la comunicación preverbal madre e hijo en el despliegue de la transferencia en la sesión de tratamiento, a través de la asociación libre, fomentando la regresión, el levantamiento de las defensas y la recuperación de recuerdos y sueños (Ross, 1999; Wolf, 1995). Este nivel de intimidad psíquica, por parte del paciente, y de receptividad, por parte del analista, requiere de unas condiciones de la interacción que son netamente favorecidas por la modalidad del trabajo que aporta, sin duda, el diván (Lichtenberg, 1995; Moraitis, 1995). Fenichel, ya en 1941, señalaba como el diván reduce los estímulos y la actividad muscular, además de preservar al paciente de las reacciones del analista (Connolly, 2015) favoreciendo la intimidad y la mirada interior del paciente. El diván va a favorecer la mayor privacidad del paciente, que va a estar más solo, consigo mismo, a pesar de estar en presencia de otro, y el analista va a estar más dispuesto a la creación de esa capacidad de reverie que va a hacer posible pensar en lo que dice y transmite el paciente. Hay acuerdo −aunque no sea unánime− entre las distintas escuelas psicoanalíticas en considerar la utilidad del diván para acceder a otro estado mental, más allá del estado de la mente consciente ordinario; el diván favorece el acceso a niveles más profundos de la psique, del paciente y del analista (Moraitis, 1995). Se sabe que el diván promueve la actividad del hemisferio cerebral derecho así como la disminución de la censura del hemisferio cerebral izquierdo (Grotstein, 1995). Al mismo tiempo, Lichtenberg (1995) refiere la mayor receptividad del encuadre con diván a la expresión de las reacciones emocionales del paciente que se inscribirían en la transferencia negativa (enfado, provocación, agresividad, etc.) cosa que entendemos desde la posibilidad de estar el paciente menos atenazado por la immediatez de la presencia y, particularmente, de la mirada, del otro. Críticas El número de críticas al uso del diván son ingentes y desde bien temprano por parte de los seguidores de Freud. Entre los primeros está Jung, que acabará entendiendo el psicoanálisis como un diálogo entre dos interlocutores, se desmarcará de usar el diván, habiendo estado él sentado detrás del paciente, y pasará a sentarse frente al paciente, también sentado, argumentando que de esa manera el paciente pueda ver cómo le escucha y pueda leer cómo reacciona a su comunicación al poder ver su rostro; si el analista se mantiene detrás del paciente, al no estar expuesto a la mirada del mismo, puede desconectarse, evadiéndose en sus propios pensamientos. El paciente no puede saber qué le está pasando al terapeuta y corre el riesgo de permanecer en una posición de más aislamiento y autoerotismo (Connolly, 2015; Lingiardi y De Bei, 2011; Tyminski, 2006). Fenichel alertaba sobre los riesgos que el diván podía conllevar de imponer una disociación entre lo que sucede en la sesión psicoanalítica y la vida exterior, pese a ello, veía más ventajas que desventajas en su uso en el consultorio (Lingiardi y De Bei, 2011). Fairbairn ya sugería que la suposición de que el diván protegiera al paciente de la personalidad del analista era una racionalización al servicio de protegerse el analista de tener que satisfacer demandas del paciente. Desde esta perspectiva, la supuesta priorización del diván como condición sine qua non de la técnica psicoanalítica estaría más al servicio de la represión del inconsciente que de su movilización, viciada por esa actitud defensiva del analista que no podría estar en disposición de acoger la expresión del paciente y de escucharla en toda su amplitud (Connolly, 2015). El mismo Fairbairn, después que abrazó la teoría de las relaciones objetales, criticaba el uso del diván porque sometía al paciente a una situación traumática que reeditaba las situaciones traumáticas de la infancia, como las de dejar llorar al bebé solo en su cochecito, o la de dejarle en su cama excluido de la escena primaria (Lingiardi y De Bei, 2011; Skolnick, 2015). Posteriores analistas han visto este uso defensivo del diván en el mismo Freud entendiendo que lo usaba, primariamente, para preservarse de ser visto por sus pacientes con quienes trabajaba tantas horas al día, y, solamente secundariamente, para favorecer el despliegue de la transferencia sin obstáculos (Connolly, 2015; Missenard, 2005; Moraitis, 1995); desde esta perspectiva sería el propio analista el primer partidario de usar el diván, pero más para su protección que para la promoción de la libertad del paciente. Este uso defensivo del diván se extendería al resto de analistas que serían contemplados como escondiéndose de sus pacientes detrás del diván y, por tanto, no favoreciendo la investigación del inconsciente sino el funcionamiento defensivo del analista (Aruffo, 1995; Frank, 1995; Ross, 1999; Wolf, 1995). El uso del diván es visto como una defensa en aquellos analistas que se sienten incómodos con el cara a cara y justifican su uso por ello; en estos casos no se justificaría con razones terapéuticas ni tampoco se basaría en la supuesta evidencia empírica que pueda justificar su utilización. Desde esta posición crítica se entiende que lo que estaría en juego en la sesión psicoanalítica sería la ansiedad de ver y de ser visto; una manera de protegerse de ella, para ambos protagonistas, sería el uso del diván. Ahora bien, de lo que se trata no es de preservarse de ser visto, ni de ver, sino de integrar el cuerpo del analista en el campo relacional, su fisiología y su anatomía, desplazando así el cuerpo fantasmático imaginario del paciente que promueve el diván (Bonasia, 1994; Connolly, 2015). También se trataría, para el analista, de poder acceder a la visión del cuerpo del paciente, pero no yaciente, sino en su expresividad espontánea. Pretender que el cuerpo esté fuera de la atención del analista, que no presta atención consciente a su propia corporalidad ni a la del paciente, y del paciente, que no tiene acceso a la corporalidad del analista, puede entenderse como una alteración de la dinámica de la relación terapéutica óptima. Decíamos anteriormente que el trabajo con diván evoca tanto la presencia como la ausencia del analista. Esta ambigüedad no es bien tolerada por todos los pacientes, de manera especial por aquellos a quienes el encuadre clásico les promueve la intensificación de los mecanismos de proyección que perturban, de manera especial, la fase inicial (de nidación) del proceso psicoanalítico. Lo mismo es válido para aquellos pacientes en que se constata que el diván promueve un exceso de sentimientos de miedo o de rabia (Kulish, 1996; Migone, 2000; Wolf, 1995). La presencia del analista in toto en el campo perceptual del paciente tendería a mitigar esos mecanismos y favorecer el proceso psicoanalítico (Bichi, 2005; Lichtenberg, 1995). Otra crítica al diván es la que percibe su uso más como un favorecedor del aislamiento de la relación interactiva entre paciente y analista que como un favorecedor de la regresión necesaria para el trabajo analítico del inconsciente. Desde la perspectiva relacional, que es la que pone mayor énfasis en la interacción paciente-analista como un factor importante del proceso terapéutico, el uso de diván debilita el proceso y se convierte en un factor privativo más que favorecedor. Si se considera que el analista se esconde detrás del diván, en el mejor de los casos, lo que va a suceder es que la resonancia empática mutua se inclinará, como mucho, a favor del analista pero en contra del paciente, ya que este se va a perder las oportunidades de examinar y reflexionar sobre las reacciones de lo que le va “transferir” al analista no pudiendo observar las reacciones de este así como sus efectos en él (Lingiardi y De Bei, 2011). En el peor de los casos, esa defensividad del analista le va a incapacitar para la resonancia empática, ya que parte de sus energías se consumirán en mantener su actitud defendida más que en la disponibilidad hacia el paciente. De acuerdo con las aportaciones de la neurociencia del cerebro, y en particular, del descubrimiento de las neuronas espejo, que se activan en el observador cuando percibe actos motores del sujeto observado, pero también cuando observa expresiones faciales que expresan emociones, u oye tonos vocales que reflejan estados emocionales, u observa que otro recibe estímulos táctiles o es acariciado (Coderch, 2009), está claro que la resonancia empática está disminuida cuando el analista “se esconde” detrás del diván; al paciente se le priva la posibilidad de observar y simular las reacciones emitidas por el analista, comprenderlas e internalizar los diferentes aspectos de esas reacciones y de los efectos que tienen sobre sí, de manera análoga a la de la relación que el bebé tiene con su madre, a quien dirige su mirada con la intención de “leer” su reacción afectiva que le devuelve el sentimiento de sentir seguridad y sentirse aceptado (Lichtenberg, 1995). Si se considera que estas reacciones son un punto importante del proceso terapéutico necesariamente se ha de sentir que se está perdiendo un aspecto importante si se usa el diván (Gallese, Eagle y Migone, 2007). El uso del diván, al privilegiar la atención en el lenguaje verbal del paciente, provoca que no se aprecien en óptimas condiciones la significación de los afectos del paciente, que el analista no pueda captar los momentos de la experiencia afectiva del paciente. Lichtenberg (1995) refiere como se enfada una paciente en diván porque el analista no ha captado su aflicción y como el analista lo reconoce y se disculpa ante la misma. Está claro, que los matices emocionales que se pueden “leer” de los pacientes contemplando sus rostros no es la experiencia que privilegia el encuadre con diván. Hay autores, y no sólo relacionalistas, que critican la normatividad de la cura tipo con diván, como norma de aplicación para todo paciente o para todo lo que pretende ser psicoanalizar. Es notable la crítica de los que ironizan respecto de definir la terapéutica psicoanalítica en función del encuadre y, particularmente, de la presencia del diván, como si el criterio de analizabilidad pudiera depender de la presencia de un mobiliario determinado, el diván, más que del trabajo psicoanalítico que se pudiera desplegar en la intimidad de un tratamiento que lo pretendiera ser (Roussillon, 2005). Entre los críticos del diván los hay que han sido persistentes defensores del diván como Skolnick (2015) quien, después de años de experiencia trabajando con diván inspirado en la teoría de las relaciones objetales y la kleiniana, al asumir la perspectiva relacional, y atendiendo a las posibilidades de exploración de la cambiante experiencia del paciente, llega a la conclusión de que el cara a cara ofrece más posibilidades de comprensión. Aportaciones del cara a cara El cara a cara permite el acceso al rostro y a la posición y gestualidad corporal de ambos protagonistas, paciente y terapeuta, tanto si las sillas están dispuestas frente a frente, como si lo están en oblicuidad óptima, es decir, en un ángulo de noventa grados. En contra de lo que postula el dispositivo de la cura clásica con diván, las aportaciones de la neurobiología y la neurociencia sugieren, contrariamente, que el acceso al rostro del analista puede estimular memorias, asociaciones, experiencias y modos de relación que de otro modo quedarían inaccesibles para el paciente. La posición de cara a cara favorece la interacción, la intersubjetividad y los aspectos relacionales de conexión y de apego que pueden promover los sentimientos de seguridad, en el paciente, y por lo tanto favorecer cierto despliegue del proceso analítico con más facilidad que si no se da esta seguridad en el paciente (Celenza, 2005). Así, el acceso al rostro del analista permitiría el ensanchamiento de la experiencia del paciente y, por el contrario, no poder contemplar el rostro del analista sería motivo de ansiedad para aquel (Beebe, 2004). Estas apreciaciones están en sintonía con los descubrimientos de la neurociencia social y afectiva, concretamente. Los descubrimientos de la neurociencia afectiva y la neurociencia social permiten constatar que el cerebro humano es un órgano construido a través de la relación y la comunicación. La neurociencia afectiva a partir del estudio de los procesos emocionales y de su sustrato cerebral, por ejemplo, constata que la modificación de los procesos neurales es más significativa cuando el cerebro tiene que procesar estímulos emocionales antes que otros que no afectan las emociones. La neurociencia que estudia no sólo el comportamiento individual de un cerebro aislado, sino la que estudia el comportamiento de dos cerebros que están en interrelación, constata el descubrimiento de las neuronas espejo. Estas neuronas, que funcionan en el observador en espejo con el sujeto observado, se activan, o bien, por la percepción de acciones motoras en el sujeto observado, o de sus expresiones faciales o de los tonos de voz que expresan emociones, así como por la captación de la intención de la acción, incluso antes de que esta se observe en su totalidad, hasta su finalización (Coderch, 2009). Desde otra conceptualización, la Revue Française de Psychanalyse publicó, ya en 2005, un monográfico sobre el “cara a cara psicoanalítico” en el que opinaban diversos autores favorables al trabajo con diván pero que sostenían que el cara a cara es el encuadre óptimo para un tipo determinado de pacientes, aquellos que tienen dificultades para transmitir al lenguaje algo de la propia vida psíquica (Voizot, 2005). Para los pacientes somáticos, no neuróticos con problemáticas límites, con adicciones, neurosis actuales o aquellos pacientes que presentan importantes aspectos psicóticos, o que presentan un “desbordamiento pulsional”, o traumas, el diván no es el dispositivo adecuado por cuanto estos tipos de pacientes necesitan apoyarse en la mirada, en la mímica o en la gestualidad del analista (Bichi, 2005; Janin, 2005; Reid, 2005; Usobiaga, 2005). Concretamente, en el caso de los pacientes que han sido víctimas de violencia, y que pueden ser más sensitivos que otros, se considera que quizás el ofrecimiento del diván podría favorecer cierta experiencia de retraumatización y que quizás el cara a cara puede minimizar la supuesta reaparición traumatizante del trauma (Goldberger, 1995; Jacobson, 1995). En los pacientes con patologías de defecto se trata de priorizar la empatía del analista con el paciente de forma que le pueda hacer sentir aceptado, estimado, reconocido y que se pueda priorizar el trabajo de reconstrucción subjetiva; en estos pacientes, a menudo, con defectos en la simbolización o de verbalización reducida, el cara a cara permite un aseguramiento que está por encima de los recursos que el diván podrían implementar con el riesgo de entrar en una transferencia casi hipnótica todopoderosa (Bouhsira, 2003). Lichtenberg (1995), defensor de la cura analítica con diván, subraya los beneficios del cara a cara, por las razones ya referidas por otros autores, y cómo ha de ser la cura de elección en aquellos pacientes en quienes se intuye que no podrán hacer una experiencia terapéutica, de investigación, efectiva, tendidos en el diván porque se percibe como limitación o complicación, para ellos. Celenza (2005) muestra como en algunos pacientes la elección del cara a cara está en relación con la necesidad de sentirse “seguros” y para ellos el diván no es la opción preferente dado que es común sentir que dar la espalda no es algo que favorezca la seguridad sino al contrario; en el diván no se tiene la certeza de la reacción del otro, dado que no se contempla su corporeidad y, particularmente, su rostro. El cara a cara permite mayor control que el diván de las posibles desconexiones del analista a la comunicación del paciente y, por ello, mayor seguridad en el paciente. Otra cosa es que el uso de la silla puede ser más incómoda para el analista, incluso porque puede mostrar su dificultad para manejar una interacción emocional que podría ser, incluso, potencialmente constructiva. Diversos autores refieren sus experiencias de atender en silla, cara a cara, a pacientes que habían sido atendidos por ellos mismos en diván previamente, con muy buenos resultados (Celenza, 2005; Skolnick, 2015; Usobiaga, 2005). El cara a cara permite focalizar más la atención en la totalidad de la comunicación del paciente, particularmente en los aspectos no verbales y relacionales. A su vez, el analizando está más cerca de hacerse consciente de los aspectos verbales y no verbales de la comunicación del analista. Al analista le permite saber mejor qué está pasando en la relación, metafórica y literalmente por cuanto tiene un campo más amplio de información. Bonasia (1994), cree que el cara a cara hace incidir más en el campo relacional puesto que promueve más el análisis de la transferencia del aquí y ahora, opinión que podría ser ampliamente discutida por analistas partidarios del uso del diván y de orientación kleiniana o postkleiniana, entre otras. Para el analista, el reconocimiento de la gestualidad y de la mímica del paciente, particularmente, de su rostro, permite acceder a microexpresiones momentáneas, a veces fugaces, que son muy reveladoras y, en ocasiones, traicioneras para la voluntad consciente del paciente y, por tanto, son de enorme beneficio para el proceso terapéutico psicoanalítico (Grotstein, 1995). Críticas Las críticas del uso del cara a cara no aparecen, al menos en la bibliografía consultada, en forma tan ingente como lo hacen las críticas del dispositivo de la cura con diván. Creemos que las críticas respecto del uso de la silla, deberían contemplarse cuando su uso se convierte en normativo, es decir, en el sustitutivo de la cura tipo que puede ser el riesgo de convertir el cara a cara cuando se desprecia el diván. El reto del cara a cara es poder mantener la potencialidad de la reverie indispensable para el trabajo psicoanalítico, como subrayábamos en el apartado anterior. La crítica fundamental del cara a cara consiste en la exposición del analista a ser visto por el paciente y como esta exposición, que es mutua, limita las posibilidades de expresión con mayor libertad, se entiende, pensando en realizar un trabajo de estirpe psicoanalítica. Concretamente, hay quien puede sentir cómo la mirada clavada del paciente despierta sentimientos y emociones en el analista que paralizan su función analítica dado que pueden promover, por ejemplo, ansiedad, irritación o duda de sus propias capacidades. Así, Wiener (2015), de orientación junguiana, refiere el caso de Jackson que ilustra esta tensión en la relación con un paciente que era testigo de violentas peleas entre sus padres y que trasladaba el clima de violencia en la relación con el analista. Wiener cree que el cara a cara inhibe el desarrollo de las fantasías transferenciales en relación con el analista, por cuanto permite el acceso a la realidad inmediata de la figura externa del mismo en su corporeidad, gestualidad, apariencia, etc. Nosotros creemos que quizás no se inhiben tanto las fantasías, como el acceso consciente a ellas. En el encuadre cara a cara se aprecia el mayor riesgo de que el paciente pueda intentar instalar una relación de control y de seducción narcisista, por ejemplo, tratando de mimetizar la actitud del terapeuta, o intentando que no se le escape nada de lo que expresa el analista; en ocasiones, la visión del analista en frente del paciente favorece la presión de este sobre aquel en el sentido de buscar o de provocar que el analista emita una respuesta. Así, en el cara a cara, el fluir asociativo puede estar más fácilmente restringido, de manera especial, cuando la necesidad de seguridad aflora a la mente del paciente (Voizot, 2005). Por otro lado, si bien se cree que acceder a la visión de la cara del analista permite intuir qué es lo que piensa y siente el analista, esto no siempre es literal más que en un sentido superficial. Más bien se trata del control del paciente sobre el analista de quien se infieren estados mentales y sentimientos a partir de esa información superficial vehiculada por la visión de su rostro o de su posición corporal, que pueden interferir con la percepción de los matices complejos que comporta todo proceso analítico que se precie y que necesariamente consiste, por parte del paciente, en mirar adentro de si mismo mayoritariamente (Celenza, 2005). La indicación del encuadre cara a cara, además, tiene el coste adicional para el psicoanalista de tener que soportar la transgresión del ideal de la prescripción de la cura clásica con diván, si es el caso de que se sostenga ese ideal cosa que estará en relación con la referencia teórico-técnica del analista (Lichtenberg, 1995; Voizot, 2005). Cara a cara y diván Algunos terapeutas tienen la experiencia del pase de un encuadre al otro, o del diván a la silla, mayoritariamente, o de la silla al diván, en menor medida. Malo (2014) pone el énfasis en el traspaso de una situación de cara a cara hacia otra de diván, y subraya como en muchos pacientes es necesario dar un tiempo largo en un primer encuadre, la silla, para pasar luego al otro, el diván. Según Fink, psicoanalista lacaniano, este es el procedimiento que siguen los lacanianos: el paciente está un tiempo en la silla hasta que en él surge la posición de analizando y pide el paso al diván (2019). Con todo, los beneficios de la constancia del encuadre respecto de la contención que supone para los aspectos más psicóticos de la personalidad nos parece indiscutible; hay que tener clara la posibilidad de sensación de amenaza del cambio de encuadre, de manera especial, cuando el cambio es propuesto por el analista. Celenza (2005), aun sintiéndose partidaria del uso del diván por la mayor libertad y plasticidad de trabajo así como por la mayor facilitación en la construcción de significados, tanto para el analista como para el paciente, cree oportuno la combinación del uso del cara a cara con el diván por tiempos limitados, en función del caso particular, mejor si es a petición del paciente. De hecho, ella misma se sorprende del beneficio de modificar el encuadre con diván al encuadre cara a cara, en la fase final del análisis, a petición del paciente, concretamente en el caso de una paciente con quien se pudo trabajar con más matices las implicaciones de ver y ser visto en la relación con el analista. Connolly (2015) −analista junguiana, analizada por una analista que había tenido un análisis freudiano y que supervisó en la British Psychoanalytical Association− explica como finalmente encuentra su propia “comodidad” ofreciendo al paciente la posibilidad de estar estirado en el diván, aunque pudiendo sentarse, si lo prefiere, así como ella sitúa su silla, no detrás del paciente, sino en frente de él, de manera que el paciente puede elegir entre mirarla o no, según prefiera. Lo mismo refiere Skolnick (2015), la experiencia de cambiar a un paciente del diván a la silla en momentos de estancamiento del proceso atribuyendo el efecto benéfico, particularmente, a la posibilidad de mirarse a los ojos mutuamente. Y no sólo eso, sino que constata la riqueza de la flexibilidad de cambiar a los pacientes del diván a la silla, o viceversa, en favor de un contacto más auténtico, de una mutualidad más genuina, menos artificial, hasta el punto de lamentarse de haber confinado al diván muchos años a muchos de sus pacientes. Roussillon (2005) también informa de cómo se encuentra en la circunstancia de tener que atender a pacientes que, después de varios análisis con anteriores analistas realizados con diván, llegan a su consultorio demandando análisis pero en encuadre cara a cara. Lingiardi y De Bei (2011) subrayan como mientras en la perspectiva clásica el diván es un aliado del analista que le preserva de la intromisión de sus características, subjetividad e idiosincrasia, en la perspectiva relacional que, muy por encima de otras, reconoce la inevitabilidad de la participación del analista en la relación, de lo que se trata es de negociar continuamente cada aspecto de la conducta de ambos, terapeuta y paciente, atendiendo tanto a las necesidades del paciente como a las del propio analista. Estudios experimentales Este tema de discusión respecto de la viabilidad del uso del diván y del cara a cara, de las ventajas y desventajas de uno y otro dispositivo, ha llevado a algunos autores a intentar un estudio experimental para intentar valorar la eficacia terapéutica de ambos dispositivos. Probablemente, la mentalidad “experimental” está en relación con el avance que suponen las aportaciones de la neurociencia, de las investigaciones sobre desarrollo infantil y de la investigación en psicoterapia ¿Qué aportaciones son estas? Veámoslo con más detenimiento. Las aportaciones de la neurociencia son las referidas a la neurociencia social y afectiva que ya las hemos nombrado anteriormente. Las teorías del desarrollo apuntan hacia la existencia de una capacidad en el bebé −que no ha adquirido todavía el lenguaje− de captar los intercambios emocionales y propioceptivos en su interacción con sus cuidadores; muy precozmente −según algunos, a los dos meses de edad, según otros, a los nueve meses− el bebé tiene la posibilidad de captar las intenciones de sus cuidadores, de leerlas, así como de mostrar expectativas y anticipaciones de cómo se van a comportar sus madres, hasta el punto de poder mostrar tristeza si no se cumplen. Para que estas capacidades se realicen de manera óptima tiene que suceder una relación de apego de calidad, entre el cuidador y su bebé, lo que va a promover la protección de este y, en consecuencia, su seguridad emocional y la activación del sistema de exploración del mundo en presencia de ese otro que asegura emocionalmente (Bowlby (1958); Anderson (1972); Harpaz-Rotem y Bergman (2006); Obeldobel y Kerns (2019); Verschueren (2020). Según la calidad del sistema de apego cuidador-bebé en la etapa de desarrollo preverbal se van a desarrollar disposiciones emocionales que oscilaran entre el apego seguro, el ambivalente y el evitativo, lo que tendrá consecuencias en la manera de relacionarse el sujeto con el mundo (Bowlby, Ainsworth, Boston y Rosenbluth (1956); Winnicott (1960); Ainsworth (1969); Howes, Rodning, Galluzzo y Myers (1988). Salta a la vista la concordancia entre las teorías del desarrollo y la neurociencia. La investigación en psicoterapia clásicamente ha planteado dos lineamientos, el de la investigación sobre los resultados del tratamiento, la eficacia, y el de la investigación de procesos. A pesar de la muy famosa crítica de Eysenck, en 1952, situando la eficacia de la psicoterapia, de manera especial, a la de corte dinámico, por debajo de la remisión espontánea de los pacientes que no recibían ningún tratamiento, hoy en día existe un acuerdo respecto de que la psicoterapia es eficaz independientemente de la escuela psicoterapéutica que la inspire. Se concede el veredicto del pájaro Dodo en Alicia en el País de las Maravillas: ” todos han ganado y todos merecen premio ” (Botella et al, 2000). Los resultados de la ingente cantidad de estudios de investigación muestran como la psicoterapia, para ser efectiva, para promover el cambio del paciente, ha de tener en cuenta tanto aspectos del paciente, como del terapeuta, así como de la relación entre ambos. Se considera que la relación terapéutica está facilitada, también, tanto por características del terapeuta como del paciente; del lado del terapeuta, entre ellas y sin ánimo de ser exhaustivo, empatía, consideración, aceptación incondicional, compasión, capacidad de ayudar; del lado del paciente, bajo nivel de psicopatología, facilidad verbal, inteligencia, expectativas de autoconfianza y de esperanza, sentimiento de estar alejado del yo anterior al sufrimiento mental, tener buen apoyo social, así como validar las aportaciones del terapeuta. Estas líneas de investigación coinciden en subrayar la dimensión intersubjetiva de la mente humana, desde los momentos más originarios, los de la relación del bebé con sus cuidadores, con los consecuentes correlatos a nivel cerebral que hemos apuntado, hasta los aportes de la trascendencia de la calidad de la relación entre terapeuta y paciente como factor determinante en el intento de modificar la situación que mueve al paciente a buscar y encontrar la ayuda psicoterapéutica. Más concretamente, en algunos diseños experimentales, particularmente, se trata de discutir si el uso del diván está en consonancia con las aportaciones de estos ámbitos del conocimiento, ¿favorece la intersubjetividad o es una barrera para la misma? Veamos, ahora, lo que dicen algunos estudios experimentales. Los estudios experimentales del Psychoanalytical Research Consortium, alineados con esta investigación de la psicoterapia que venimos de nombrar, la que se focaliza en el estudio de procesos, inciden mucho más en qué es lo que contribuye a la calidad de la interacción analista-paciente, concretamente, qué modalidades de comunicación del analista al paciente son las que promueven la mejoría del sufrimiento mental más que a lo que forma parte o no del encuadre analítico, el diván o el cara a cara. Con todo, más allá del Psychoanalytical Research Consortium, hemos encontrado algunos estudios que han intentado analizar un tanto empíricamente las diferencias del encuadre psicoanalítico, con más o menos acierto, que destacan como el diván es más favorable al despliegue de la asociación libre que el cara a cara. Cabe preguntarse hasta que punto el estudio del proceso analítico no supone un cierto artefacto en la intimidad de la díada terapéutica o, también, si las investigaciones que pretenden estudiar el proceso analítico se refieren a contextos más experimentales que clínicos. Kroth y Forrest (1969) se plantean investigar, experimentalmente, el papel del uso del diván respecto de la asociación libre y de la presencia de ansiedad en los pacientes. Parten del supuesto de que los bajos niveles de ansiedad correlacionan con mayor presencia de mecanismos de defensa de represión y de negación, tesis de Kaplan, así como la de que la reducción de la movilidad y la relajación muscular −propias del diván− disminuye la represión, tesis de Alexander. Al mismo tiempo, suponen que los individuos con mayor ansiedad presentan mecanismos de defensa más variados y tienen mayor consciencia de su ansiedad. Con una muestra de 40 sujetos voluntarios a quienes se les administra el Anxiety Inventory Test (TAI) de Spielberger, obtienen 4 grupos a partir de las puntuaciones del TAI, según presenten bajas o altas puntuaciones de ansiedad, estando en diván o sentados en una silla. A todos los sujetos se les instruye de acuerdo con las instrucciones de la Escala de Asociación Libre, de Bordin. Los resultados que obtienen muestran que los sujetos que presentan bajo nivel de ansiedad y están estirados en el diván presentan mayor nivel de asociación libre que los que tienen bajo nivel de ansiedad y están sentados en una silla. Por el contrario, en los sujetos que presentan alto nivel de ansiedad, las diferencias en la asociación libre, presenta menores diferencias en una y otra postura, estirados en el diván, o sentados en una silla. Al mismo tiempo, obtienen que en los sujetos con niveles bajos de ansiedad expuestos a estrés, la asociación libre desciende por debajo de los niveles que presentan los sujetos que tienen, de base, alto nivel de ansiedad. Dieterle (1984), en una sugerente tesis doctoral, subraya como la posición de estirado en el diván favorece más fácilmente el estado de hipnosis frente a la de estar sentado en una silla, así como el predominio de la imaginación, la autorevelación y las tendencias regresivas. DiNardo, Schober y Stuart (2005) hacen un estudio de la forma y el contenido de 10 tratamientos, en diván y en silla, de los mismos pacientes con los mismos analistas en distintas sesiones que han sido audiograbadas. El contenido de las grabaciones son codificadas de acuerdo con la Investigación Lingüística de Pennebaker y Francis, que codifica tanto contenidos, como silencios y otras formas de comunicación. Encuentran que en los tratamientos con diván el analista habla significativamente menos; en cambio el contenido de lo dicho en uno y otro encuadres son, en contra de lo esperado, muy similares. Finalmente a partir de las grabaciones de sesiones de psicoanálisis y de psicoterapia psicoanalítica sabemos del caso de dos pacientes que han usado el diván y el cara a cara y se ha explorado en qué medida el diván o el cara a cara favorecían la asociación libre mediante un procedimiento protocolarizado con dos jueces independientes que debían analizar cada sesión de acuerdo a la Analytic Process Scale, de 100 ítems (Lable et al., 2010), El resultado es favorable al empleo del diván para el mantenimiento de la asociación libre, respecto del cara a cara, pero la diferencia no se constata significativa estadísticamente. Cabe señalar que en este estudio puntual, ambas pacientes, están usando tanto el diván como el cara a cara, aunque en sentido opuesto, dado que mientras una pasa de estar en diván a estar cara a cara, la otra pasa de estar cara a cara a diván; en el primer caso, el decrecimiento de la puntuación es mayor, concretamente, en 13 ítems, mientras que en el segundo caso, es menor, de 11 ítems, aunque no se constató superposición de esos mismos ítems en los dos casos. Es oportuno citar el estudio de O’Rourke (2002), que pretende constatar la tendencia de los analistas partidarios o detractores del diván; para ello administra 2 cuestionarios a 100 psicoanalistas; en uno se les pide datos demográficos (sexo, edad, título académico, orientación teórica, porcentaje de uso del diván con los pacientes) y en otro, las razones por las que el analista usa el diván. Encuentra que los analistas, que tratan a más del 79% de sus pacientes con diván, refieren sentirse más capaces de manejar sus propias emociones durante la sesión, así como que les favorece su concentración y modula mejor su fatiga. Argumentos que no esgrimen los analistas que tratan a sus pacientes en diván, por debajo del 49%. Asimismo, encuentra entre los psicoanalistas que se consideran a si mismos relacionales, en contra de lo esperado, la misma predisposición al uso del diván que otros analistas de otras orientaciones. Todas estas aportaciones de distintas disciplinas y de los pocos estudios experimentales existentes parecen acreditar que sí hay una explosión de consideraciones reflexivas en el ámbito de la teoría, y de la teoría o la técnica psicoanalítica en particular, apoyadas mucho o poco en la investigación, pero nos preguntamos si la práctica de la terapia psicoanalítica, en la intimidad de los consultorios, con diván o cara a cara, permanece en un estado más bien estático y de pocos cambios, mayoritariamente. Discusión El diván sigue siendo visto como parte distintiva del encuadre del psicoanálisis diferenciándolo de otros tratamientos derivados de la técnica psicoanalítica, entre ellos, la psicoterapia psicoanalítica, entendida como una técnica diferente del psicoanálisis. Cabe encontrar el posicionamiento contrario, el que sostiene que la práctica clínica es sólo una inspirada en el plural marco teórico del psicoanálisis (Avila, 1989), o que la diferencia es sólo de naturaleza política (Migone, 2001). En estrecha relación con esta cuestión del uso del diván está el tema de la frecuencia de las sesiones; para el encuadre psicoanalítico siempre ha sido considerado que un mayor número de sesiones favorece el proceso psicoanalítico antes que perjudicarlo. Con todo, en nuestro medio, contamos con la opinión de Coderch (2012) quien defiende la posibilidad de considerar psicoanálisis un tratamiento de una sola sesión semanal. A su vez, Ogden (1996) refiere que usa siempre el diván en todos los análisis, independientemente del número de sesiones. Hoy en día hay cada vez más tratamientos psicoanalíticos que se interrumpen en el trabajo presencial por razón de los cambios de la vida de los pacientes que viajan y que se continúan en la distancia gracias a la tecnología, por ejemplo, por teléfono o por internet, por lo tanto, más allá del uso del cara a cara o del diván. Salta a la vista que esta modalidad de atención a distancia supone una reducción de las indudables posibilidades que la atención presencial ofrece tanto si es realizada con diván como en cara a cara. Es oportuno referir como la misma International Psychoanalytical Association (2020) ha emitido un documento de mínimos respecto de lo que sería aceptable para que un abordaje telemático pueda ser considerado análisis. Somos testigos en nuestra práctica clínica de como en algunos encuadres de cara a cara se producen asociaciones en el paciente que no se dan en muchas sesiones con diván y que permiten comprensiones que hasta ese momento habían resultado opacas para la vida del paciente. Igualmente es cierta la contraria: en algunas sesiones realizadas con diván se dan unos procesos que, por las razones que sean, permiten unos matices de comprensión que no se ven tan fácilmente en el cara a cara. Evidentemente, la modalidad del encuadre, la frecuencia de las sesiones, la disposición del analista hacia el paciente concreto y la vivencia que el paciente tiene del analista juegan un papel decisivo para que se pueda dar la comprensión novedosa de lo que emerge en el aquí y ahora de la sesión psicoterapéutica psicoanalítica. El proceso psicoanalítico es necesariamente cocreado por analista y paciente, así, en términos generales no se puede generalizar y dar una norma que se debe cumplir en todos y cada uno de los casos; habría que insistir, una vez más, en el caso por caso, para averiguar qué es lo que conviene hacer con cada paciente; cada ser humano es único y no se puede predecir previamente con certeza qué encuadre es el adecuado más que a través de la verificación de la elección por la experiencia. Eso sí, el diván ha sobrevivido todos los cambios teóricos: freudianos, relaciones de objeto, psicología del yo, hasta los más recientes relacionales e intersubjetivos, sin olvidar, el lacanismo. ¿Qué mueve a los analistas a ser detractores o partidarios del diván? Todos los argumentos son verdaderos: el diván puede ser facilitador y puede ser defensa; pero el cara a cara, también puede serlo. Se tiene que jugar en cada caso qué es lo que está sucediendo respecto de la facilitación del proceso psicoanalítico y qué es lo que lo está interfiriendo, no sólo desde la supuesta defensa del psicoanalista, que también. Bouhsira rescata las palabras de Raymond Cahn quien advierte que lo que define el proceso analítico no es la posición de estar sentado o acostado, sino la libertad que se ofrece al discurso y al pensamiento del sujeto, la forma de dejar que se desarrolle y de adquirir significado, la identificación de los obstáculos que se le oponen y sus causas con el fin de removerlos como las verdaderas características del proceso analítico (2003); así, lo que definirá la condición de analista del terapeuta vendrá dado por la manera como escuche, contenga y transforme las producciones discursivas de su paciente, atento a la escucha de su inconsciente y esto, haciéndolo desde la particularidad de cada escuela y de cada analista. Mientras para algunos pacientes el diván reduce el sentimiento de vergüenza y favorece, por tanto, la asociación libre, para otros puede engendrar ansiedad y, en consecuencia, entorpecerla. Otro tanto es válido también para el terapeuta, quizás en algunos casos, con algunos pacientes más que con otros, puede preferir un encuadre u otro, en vistas de una mayor comodidad que revierta en una mejor disposición para el trabajo terapéutico analítico con ese paciente concreto. En esta elección el terapeuta puede estar condicionado por su afiliación escolástica, por su momento del desarrollo y nivel de formación, así como por su deseo, necesidad y creatividad, respecto a la autocrítica de sus propios postulados. Así, detrás de la disyuntiva diván-cara a cara, parecería que lo que está por dilucidar en la experiencia clínica es si el “trabajo psicoanalítico” se puede producir en uno y otro encuadre, cara a cara o diván, dependiendo de la escucha del analista, si de lo que se trata es de optimizar la capacidad de simbolización y la apropiación subjetiva del analizante. Conclusiones Pensamos que la elección del diván o del cara a cara en el trabajo psicoterapéutico con pretensiones psicoanalíticas, debe tener en cuenta, en un primer momento, la intuición del analista respecto de su paciente, de sus condiciones de exploración de su realidad interna, de sus conflictos prevalentes, de su modalidad de comunicación y de sus posibilidades de atenderle, el analista, en las mejores condiciones dada su particularidad personal y de su alianza con el paciente concreto. Los pacientes que demandan ayuda psicológica suelen esperar poder ser vistos con otros ojos respecto de los ojos con que se ven ellos a sí mismos o respecto de los ojos con que los ven las personas de su entorno; se espera de la mirada del profesional, precisamente por estar fuera del círculo de allegados, que sean traídos a la luz aspectos que no se entienden de la propia vida. Esta mirada del profesional puede realizarse apoyada en el cara a cara, encuadre más próximo a la común experiencia del paciente, o en el uso del diván, si se acuerda un tratamiento, más lejano de su habitual experiencia de comunicación. En nuestra experiencia, sin necesidad de ser taxativos, opinamos con Freud, que la exposición a la mirada del otro promueve un tipo de comunicación que puede estar más sujeta a la inmediatez de lo que se refiere, más en unos casos que en otros, claro está y, además, esto es más así, cuando el cara a cara está sostenido por un emplazamiento de las sillas enfrentadas, no en “oblicuidad óptima”, dado que esta opción permite entrar y salir de la inmediatez de lo que se está diciendo y darse espacio para pensar en lo que se está diciendo y en lo que está ocurriendo. El trabajo con diván creemos que facilita más la creación de un espacio para explorar y para pensar, con mayor serenidad y libertad, lo que está ocurriendo con el decir del paciente y con el pensar del analista, y con la puesta en común del decir y el pensar de ambos. Y esto no sólo es verdad para el analista sino para el propio paciente −no para todos− que puede sentirse más libre, menos atenazado, por ejemplo, por la vergüenza, si no tiene la información de la respuesta inmediata no verbal del analista. Esta aseveración es válida para nosotros que nos sentimos más cómodos, como tantos otros, con la técnica que se asienta en el recurso útil del diván, que no quiere decir que sea la única ni la mejor para todo psicoterapeuta ni para todo paciente, repetimos. En este sentido, disentimos de los que creen que el cara a cara es el mejor encuadre posible, pese a reconocer los beneficios de esa posición y de la riqueza de información que aporta por el mayor acceso a los diferentes registros de la comunicación no verbal, como acredita la investigación referida. Ampliando las reflexiones de Celenza (2005), creemos que las posibilidades de encuadre en terapia psicoanalítica serían, desde el paciente: a) estar tendido en el diván y mirar a lo lejos, sin poder ver el rostro del analista, que estaría sentado en una silla detrás del diván, b) estar tendido en el diván con la posibilidad de ver el rostro del analista, que estaría sentado en una silla dentro del campo visual del analista, c) estar sentado en una silla frente a la silla del analista, estando ambos cara a cara y d) estar sentado en una silla al lado de la silla del analista, pero sin la reciprocidad permanente del cara a cara más que a condición de que sea buscada. Esta flexibilidad de posibilidades no entendemos que deba ser realizada con todos y cada uno de los pacientes. Es decir, no creemos que sea necesario cambiar de encuadre continuamente, ni mucho menos. Sí que creemos que puede ser útil con algunos pacientes, poder transitar de un encuadre a otro, probablemente, mejor si es decisión del paciente, que imposición del analista −o vivida así por parte del paciente. Con todo, también creemos que la estabilidad del encuadre, al menos durante largos períodos de tiempo es mejor que peor, tanto para el paciente como para el analista. Desde el analista podemos encontrarnos, también, con distintas posibilidades: a) los que se sienten cómodos trabajando con una sola modalidad de encuadre, preferentemente, sea el diván o el cara a cara, sin modificaciones de encuadre; b) los que se sienten identificados con el uso del diván para todos los pacientes con quienes se pretende hacer un trabajo psicoanalítico; c) los que se sienten cómodos con el sólo uso del encuadre cara a cara, aún cuando realizan un trabajo psicoanalítico o similar; d) los que se sienten partidarios de un encuadre mayoritario, por ejemplo, con diván, pero que transitan hacia el uso de otros encuadres, especialmente, el cara a cara; e) los que se sienten cómodos con el cara a cara pero que quieren usar el dispositivo del diván; f) los que usando mayoritariamente un encuadre, se abren a la posibilidad de usar otros encuadres, eventualmente o de manera estable. Las críticas que se hacen al uso del diván no superan las ventajas de su uso que ya intuyó Freud, y que asumen muchos terapeutas, que siguen apostando por creer y experimentar las bondades del trabajo con diván respecto de la posibilidad de la creación de ese espacio de terceridad entre la comunicación más libre del paciente, si está tendido en el diván, y la también mayor receptividad del analista, si está sentado detrás del diván para estar más libre de la presión que comporta la inmediatez de la mirada del paciente. También, con tantos otros psicoanalistas de distintas escuelas, incluida la relacional, según nos confirma la bibliografía, con nuestros maestros y predecesores y con Freud, podemos seguir afirmando, que el trabajo con diván otorga un espacio para pensar en la realidad del paciente, un espacio para la construcción de comprensiones de la comunicación del paciente a quien ofrecer un mayor elenco de interpretaciones y, en general, una mayor posibilidad de pluralidad de significados, en alianza de trabajo co-construida con el. Con todo, como sostienen los resultados de los pocos estudios experimentales, el cara a cara, sin duda alguna, puede ofrecer y ofrece también esta posibilidad, probablemente, más con unos pacientes que con otros en estrecha alianza con las características del terapeuta y de las de la díada terapeuta-paciente. En expresión del ya fallecido Dr. Pere Folch, uno de los pioneros del psicoanálisis en Catalunya. Por cierto, Folch era partidario de trabajar con un diván de baja altura, respecto del suelo, precisamente para poder recoger la mímica de la cara del paciente hasta donde fuera posible. Curiosamente el autor no refiere los datos del estudio en concreto más allá de señalar que son del Consortium. Apéndice Ofrecemos una cierta referencia de algunos autores, que podrían ser menos conocidos en nuestro medio, por si puede ser de ayuda en la contextualización de sus aportaciones en relación con la temática del artículo. Roy N. Aruffo es profesor emérito de Psiquiatría en Baylor College of Medicine Houston, Texas. Beatrice Beebe es miembro del Institute for Psychoanalytical Study of Subjectivity, New York City. Estela Leonor Bichi es miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Emmanuele Bonasia es miembro de la Sociedad Psicoanalítica Italiana y del Centro Psicoanalítico de Torino. Andrea Celenza es miembro de la Boston Psychoanalytic Society and Institute. Angela Connolly es miembro de Centro Italiano di Psicologia Analitica y de la International Association for Analitical Psychology. Francesco De Bei es profesor en la Universidad de La Sapienza, en Roma.A.Catherine DiNardo es profesora de la New School for Social Research, en New York, South Beach Psychiatric Center, en New York y trabaja en Mapleton Mental Health Service en Brooklyn, New York. Morris N. Eagle es professor emérito del Derner Institute of Advanced Psychological Studies, Adelphi University, Garden City, New York y miembro del New Center for Psychoanalysis, Los Angeles. Bruce Fink es psicoanalista lacaniano y profesor de psicología en la Duquesne University en Pittsburgh.A. Frank es psicoanalista didacta y supervisor de St Louis Psychoanalytic Institute, Profesor de Psiquiatria Clínica St Louis University y miembro del Center for Advanced Psychonalitic Studies en Princeton, New Jersey. Vittorio Gallese es profesor de fisiología en el Departamento de Neurociencia, Universidad de Parma. John E. Gedo es miembro del Chicago Psychoanalytic Institute. Marianne Goldberger fue profesora de la New York University Langone Health. James E. Grotstein fue profesor en la Univerity of California Los Angeles y miembro de Los Angeles Psychoanalytic Society and Institute (LAPSI, actualmente, New Center for Psychoanalysis) y del Psychoanalytic Center of California (PCC). Jacob G. Jacobson es analista didacta y supervisor del Denver Institute for Psychoanalysis y de The Denver Psychoanalytic Society. Claude Janin es miembro didacta de la Société Psychoanalitique de Paris. Nancy Kulish es profesor en el Department of Psychiatry, Wayne State Medical School, Detroit y miembro de la Michigan Psychoanalytic Society. Joseph Lichtenberg es miembro fundador del Institute of Contemporary Psychotherapy & Psychoanalysis y de la Association for Psychoanalytic Self Psychology. Vittorio Lingiardi es analista didáctico del Centro Italiano di Psicologia Analitica así como miembro de la International Association Relational Psychonalytical Psychotherapy y profesor de Psicología en la Universidad La Sapienza, de Roma. Claude Malo es miembro de la Canadian Psychoanalytic Society, en Montreal. Paolo Migone es psiquiatra psicoanalista miembro de la Society for Psychotherapy Research y de la Society for the Exploration of Psychotherapy Integration (SEPI). Frédéric Missenard es miembro de l’Association Psychoanalitique de France. George Moraitis es analista didacta y supervisor del Chicago Psychoanalytic Institute. Thomas Ogden es psicoanalista del Psychoanalytic Institute of Northern California. James Kevin O’rourke es docente en la New England Graduate School, de la Antioch University. Wilfrid Reid es profesor de la Universidad de Montreal y miembro de la Société psychanalytique de Montréal (SPM) y del Institut psychanalytique de Montréal. John Munder Ross es miembro del Columbia Center for Psychoanalytic Training and Research. René Roussillon es miembro de la Société Psychoanalitique de Paris. Michael F. Schober es profesor en la New School for Social Research. John Skolnick. Profesor y Supervisor de The Mitchell Center, del National Training Program, del Institute for the Psychoanalytic Study of Self Psychology (IPSS) y del Westchester Center for the Study of Psychoanalysis. Jennifer Stuart, profesor de la New School for Social Research y miembro del New York University Psychoanalytic Institute. Robert Tyminski es miembro del Carl Gustav Jung Institute of San Francisco. Isabel Usobiaga es psicoanalista miembro de la Société Psychoanalitique de Paris y de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. Bernard Voizot es miembro de la Société Psychoanalitique de Paris. Jan Wiener es analista junguiana en London y miembro de la International Association for Analitical Psychology. Ernst S. Wolf es psicoanalista del Chicago Institute for Psychoanalysis. Referencias Ainsworth, M.D.S. (1969). Objects relations, dependency and attachment: a theoretical review of the infant-mother relationship. Child Development, 40 (4), 969-1025. https://doi.org/10.1111/j.1467-8624.1969.tb04561.x Anderson, J.W. (1972). On the psychological attachment of infants to their mothers. Journal of Biosocial Science, 4 (2), 197-225. https://doi.org/10.1017/S002193200000849X Aruffo, R.N. (1995). The couch: Reflections from an interactional view of analysis. Psychoanalytic Inquiry, 15, 369-385. https://doi.org/10.1080/07351699509534043 Avila Espada, A. (1989). Psicoanálisis, psicoterapias de orientación psicoanalítica y efectividad terapéutica. Clínica y Análisis Grupal, 11 (1), 51-74. https://www.psicoterapiarelacional.es/portals/0/Documentacion/AAvila/Psicoanalisis_Efectiv_terapeutica.PDF Beebe, B. (2004). Faces in relation: A case study. 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¿Cómo adornar tu consultorio psicológico?

4. Los muebles y el diseño – Los muebles son sumamente importantes en el diseño de una consulta. En este sentido, el neurocientífico Moshe Bar y su asistente Maital NetaHay analizaron los efectos de los muebles curvilíneos o redondeados y los rectilínea o puntiagudos en las emociones de las personas.

Encontraron que aquellas habitaciones cuyos muebles seguían unas curvas suaves o redondeadas se clasificaban como más agradables y relajantes, invitando a permanecer más tiempo en ellas y socializar. En cuanto a la cantidad de muebles y distribución, será mejor que dispongas únicamente de aquellos muebles que consideres prácticos e imprescindibles, para favorecer una imagen amplia, limpia y equilibrada de la consulta.

Si decoras una consulta psicológica con espacios atiborrados provocarán una sensación incómoda que no permite a la persona centrarse en la propia terapia, por ello es preferible apostar por muebles prácticos, sencillos y cuyo color incremente la percepción de amplitud.

¿Cómo visten las psicologas clínicas?

Razones que doy como psicóloga para no usar bata blanca – En todos los sitios existen normas pero, veamos: en casi todos los hospitales la norma suele ser que los psicólogos – como miembros del personal facultativo- lleven bata blanca. En casi todas las consultas o gabinetes privados de psicología, la norma suele ser la contraria.

  • Obviamente, en ambos casos, existen excepciones.
  • Las batas blancas se usan, en general, para impedir que el médico se ensucie o contamine con cualquier tipo de fluido corporal del paciente.
  • En una consulta de psicología, en principio, va a ser difícil que ello ocurra.
  • ¿Para qué necesitamos la bata, entonces? Para el médico la bata puede ser necesaria pero, en mi consulta, creo que son más necesarios los confortables sillones para que los pacientes puedan expresarse de forma libre, encontrando un clima cálido y empático.
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La razón más importante es que la bata produce distancia. U na persona, con bata es, para el paciente, una especie de “ser superior que lo sabe todo”, a quien le llama de usted– aunque tenga la misma edad o sea más joven que el propio paciente- y le trata de “doctora” – aunque sólo sea “licenciada/máster”.

De esta manera, se crea un artificio formal, una especie de protocolo que se «carga» el buen rapport necesario para cualquier sesión terapéutica, El médico no necesita rapport pero para el psicólogo es imprescindible. ¿Vais considerando que es buena idea no usar la bata blanca? Todavía quedan más razones.

El paciente puede tener la falsa impresión de que no tiene necesidad de hacer nada ¿Por qué? El médico – que va con bata blanca- le acaba recetando un medicamento que le “cura/alivia” su dolencia. Si el psicólogo lleva bata blanca sacará de uno de sus bolsillos los polvos mágicos que harán la misma función.

En mi consulta somos muy desmemoriados, nunca nos acordamos de comprar “polvos mágicos” y, para los atrevidos, la “bola mágica” nos la olvidamos en casa La sesión psicoterapéutica se trata de un trabajo en conjunto, en la que el psicólogo propone unas pautas que el el paciente deberá seguir trabajando en casa.

El paciente que cree que la sesión consiste en sentarse en el comodísimo sofá y hablar. Le suelo aclarar que la puerta es una puerta, de madera, “de las de toda la vida” pero lo que no es “un arco mágico que da soluciones inmediatas”.

¿Qué debe tener un consultorio de psicología?

1. Contar con un título profesional certificado – Estudiar Psicología es el primer paso; sin embargo, esto no es suficiente, ya que debes contar con un título universitario con validez oficial en México, pues es un requisito indispensable para solicitar los permisos necesarios de operación.

¿Cómo es un consultorio de psicología?

¿Qué es un centro de psicología? – Generalmente se trata de un sitio en el que un grupo de Psicólogos ponen su conocimiento al servicio de los pacientes para otorgar un efecto positivo dentro de la vida de quienes asisten a terapia, de manera individual, de pareja, o grupal.

¿Qué necesita un psicólogo para dar terapia?

Titulación oficial en psicología – Como es obvio, para poder ejercer la psicología es indispensable contar con un título oficial, licenciatura o grado, en psicología. Contar con esta titulación es imprescindible, pero no es la única condición para poder ejercer como psicólogo o psicóloga.

¿Cómo se llama el sillón de los psicólogos?

21 junio 2015 Mueble Que Usan Los Psicologos Fuente de la imagen, FREUD MUSEUM LONDON Pie de foto, ¿El diván más famoso del mundo? Quizá. Ciertamente uno que cambió la mirada sobre la mente humana. Te tumbas y te estiras, cierras los ojos y miras fijo hacia arriba, hacia un techo blanco. Detrás de ti, pero fuera de tu campo visual, un solemne caballero con un marcado acento centroeuropeo te pregunta acerca de tus padres.

  • Y hay un diván,
  • Esta es la primera imagen que a muchos les viene a la mente cuando piensan en psiquiatría,
  • Sobre todo en aquellos países donde la terapia no es moneda frecuente.
  • La figura del psicólogo tal vez la define el siniestro destinatario de los secretos de Ben Stiller en “Loco por Mary” (“There’s Something About Mary”, título original) o la sesión de terapia temprana de “Good Will Hunting” (“En busca del destino” o “El indomable Will Hunting”, en español).
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El término “diván del psiquiatra” se ha convertido en sinónimo del tratamiento psicológico dado por cualquier terapeuta. Ahí está el sofá de cuero negro de “Annie Hall”: Alvy Singer, interpretado por Woody Allen, se tumba en su diván. Y los dibujantes de “The New Yorker” han imaginado divanes freudianos en diversas situaciones cómicas.

¿Cuánto puede durar una terapia psicológica?

¡Pero eso no es todo! Sí que podemos darte algunas indicaciones estadísticas sobre la duración media de una terapia psicológica. – Desde la perspectiva conductual, una terapia psicológica tiene una duración media de 3 meses y medio; o, más concretamente, unas 17 sesiones,

¡Pero ojo! No se puede tomar esta cifra como ley. Esto significa, ni más ni menos, que por cada terapia que dura 10 sesiones hay otra que dura 22. Lo habitual es que no se prolonguen mucho más, salvo que la persona quiera tratar múltiples problemas o esté fallando algo esencial en el proceso. En caso de que te estés planteando iniciar una terapia psicológica, te animamos a optar por profesionales como Émora, Psicólogo en Coslada,

Si les preguntas cuánto dura la terapia te responderán lo mismo que nosotros, estamos seguros. Y recuerda, tienes derecho a plantearle a tu terapeuta todas las dudas que tengas sobre la terapia.

¿Dónde está el diván de Freud?

Mucho más que un mueble victoriano – Cuando uno piensa en Freud inevitablemente nos viene la imagen de una mujer victoriana tumbada plácidamente en un diván, Parece ser que el origen de este mueble hay que buscarlo en un donativo que recibió Freud de una agradecida paciente –Madame Benvenisti- en 1890.

Antes de que el sillón asumiera un rol propio, el galeno había ensayado con otros recursos, desde electroterapia hasta masajes y baños, siempre con resultados insatisfactorios. El diván formaba parte del universo freudiano, al igual que sus antigüedades, sus libros, su escritorio y las gafas de lunas redondas.

El turista mitómano e inadvertido se desilusiona cuando visita la casa vienesa del padre del psicoanálisis, ya que actualmente el diván se encuentra en el número 20 de la londinense Maresfield Gardens, el último domicilio del neurólogo. El diván consta de tres piezas, la almohadilla para la cabeza, el forro protector para los zapatos y la extensión donde el paciente se reclina, todo ello revestido con una alfombra persa.

  1. Este mobiliario ayudaba a crear un ambiente propicio, en el que el paciente se abstraía del entorno y «decía lo primero que le venía a la mente».
  2. Esta teoría de la libre asociación encajaba perfectamente con las teorías freudianas del psicoanálisis.
  3. Respecto a la ubicación del terapeuta durante la sesión también fue motivo de preocupación.

Freud ensayó diferentes posiciones después de que una paciente tratara de seducirlo mientras estaba recostada en el diván. Al final optó por colocar su butaca verde de respaldo cóncavo detrás del cabecero del diván, allí podía escuchar sin ser visto. En cierta ocasión le dijo a un amigo: «no puedo permitirme que me miren ocho horas al día».

¿Cuánto tiempo tarda en hacer efecto una terapia?

En ese sentido, lo que sí podemos afirmar es que la terapia cognitivo conductual logra mejorar el estado de ánimo de la persona en poco tiempo, probablemente en dos o tres sesiones se note el efecto de la terapia.

¿Que hacer antes de ir a terapia?

3) Toma nota de tus sentimientos y experiencias. – Antes de llegar, tómate un tiempo para pensar realmente acerca de las cosas que quieres hablar y acerca de las razón para iniciar una terapia. Escribe las aspectos específicos que tú consideras que la persona que te va a ayudar debería de saber, por ejemplo lo que te hace enojar, o lo que te causa inseguridad.

¿Por qué estoy aquí? ¿Siento enojo, infelicidad, estrés, miedo, ansiedad? ¿Cómo afectan otras personas de mi vida la situación que estoy viviendo? ¿Cómo me siento normalmente, triste, angustiado, frustrado, atrapado? ¿Qué cambios quiero ver en mi futuro?

¿Cuándo debo dejar de ir a terapia?

No hay un período de tiempo ‘correcto’ para estar en terapia. Pero para la mayoría de las personas, llegará un momento en que la terapia ya no se sienta necesaria o el progreso se haya estancado.

¿Cómo debe vestir una terapeuta?

La ropa del terapeuta Hace varios años pasé unos meses en Roma formándome en un centro de terapia familiar. La formación consistía en ver casos clínicos a través de un espejo y luego comentarlos entre todos los alumnos y el supervisor. Al principio los casos siempre los llevaba el supervisor pero al cabo de unas semanas, éramos los alumnos los que nos íbamos al otro lado del espejo para “enfrentarnos” con las familias.

Un día, un alumno (sí, era un chico) al que le tocaba entrar al día siguiente hizo una pregunta que me dejó pasmada porque yo jamás me la había planteado: ¿Qué ropa tengo que ponerme para atender al paciente? Personalmente, sí he dudado sobre qué ropa ponerme para salir a la calle pero nunca me había parado a pensar en que mi forma de vestir podría influir en la alianza terapéutica.

Pensándolo mucho, hay una condición fundamental que debe cumplir la ropa del terapeuta: que el paciente no se acuerde de ella. Es decir, lo ideal sería vestir de tal manera que nuestras prendas no llamen la atención. La razón es bien sencilla: como terapeutas queremos que nuestros pacientes se fijen en lo que les decimos y en cómo se lo decimos.

  • Si están distraídos mirando esa camisa hawaiana no van a atender tanto a nuestro discurso.
  • Otra razón de peso para llevar ropa que no nos incluya en ninguna tribu urbana es que si lo hacemos así, podríamos hacer sentir incómodo a algún paciente o hacerles creer que tenemos unos valores o juicios determinados.

Por ejemplo si vamos vestidos con un atuendo muy clásico, la mujer que tenemos delante se va a cortar en contarnos que ha abortado, por miedo a que la censuremos por ello. Soy consciente de que la ropa no tiene nada que ver con la forma de pensar pero si nos ahorramos tener que demostrarle esto mismo a las personas que acuden a consulta, mucho mejor.

Una última condición que tiene que cumplir la vestimenta del terapeuta es que este se tiene que sentir cómodo con ella. Hay psicólogos que literalmente se disfrazan y tienen una ropa para trabajar y otra para su tiempo libre. En principio, me parece una idea estupenda siempre y cuando se sienta cómodo con la ropa del trabajo.

La razón es parecida a la anterior: el terapeuta tiene que centrarse en la sesión y si está pensando en lo raro que está llevando corbata (por ejemplo) pues no podrá estar al 100%.

¿Qué colores usar en un consultorio?

En el caso de los consultorios lo ideal es utilizar colores frescos y tonos claros que transmiten tranquilidad y armonía. Por ejemplo, los tonos de azul y verde son muy usados en los consultorios así como también el gris claro y el blanco.

¿Cómo se viste psicología?

La comunicación y psicología del vestir Dª. Trinidad Aparicio Pérez, Psicóloga. Especialista en infancia y adolescencia. Granada. La manera de vestir transmite información sobre la propia persona, comunica determinados aspectos de su personalidad. Es una manera de expresión y de darse a conocer.

  1. Podemos decir por tanto, que es una forma de comunicación no verbal.
  2. La primera impresión o el primer concepto que una persona desconocida va a tener sobre nosotros va a depender de nuestra apariencia física y, por tanto, de nuestra manera de vestir.
  3. La forma en que vamos vestidos habla de nosotros, transmite información.

De ahí la importancia de ir vestido de manera adecuada según las circunstancias. Así por ejemplo, cuando una persona va a una entrevista de trabajo, normalmente analiza qué vestimenta es la más adecuada y la que más le puede beneficiar para esa entrevista, irá vestida de una u otra manera según el puesto al que aspire, vestirá de forma diferente si se trata de una entrevista para trabajar en una discoteca o si se trata de una entrevista para un trabajo en un bufete de abogados.

¿Por que usan bata los psicólogos?

“Bata blanca”: Funcionalidad y psicología en la actualidad Después de ver una pequeña, creemos que puede ser interesante analizar el aspecto funcional y psicológico de ésta en la actualidad. Funcionalidad: -La bata no previene de infecciones cruzadas: Aunque el hecho de que la bata fuera blanca fue un gran avance, ya que era más fácil detectar la suciedad, no arreglaba el problema de las infecciones cruzadas, aunque las reducía.

Actualmente, se ha visto que esta no supone una barrera para las bacterias, ya que se quedan ancladas a los puños, estetoscopios o bolígrafos. Tanto es así, que en algunos países como Gran Bretaña o Australia se ha prohibido el uso de batas de manga larga, joyería y complementos. -Distinción del médico y otros trabajadores sanitarios: este segundo factor, a diferencia del anterior, juega a favor de la funcionalidad de este uniforme.

Por tanto, en este punto se junta la tradición social y un detalle funcional que se traduce en el uso de dicha bata. Aún así, salta a la vista que no es imprescindible. Hipotéticamente, si el hecho de identificar al médico a simple vista es estrictamente necesario, podríamos poner cualquier color, cualquier uniforme, cualquier detalle.

Psicología: -El “síndrome de la bata blanca” : Es un síntoma que se manifiesta en algunos pacientes que padecen sensibilidad a los hospitales, miedo, fobia o simplemente respeto. Se estudió que en algunos pacientes que iban a tomarse la tensión al hospital, esta les salía bastante más elevada que cuando se la tomaban en casa, o en la farmacia.

Se dedujo que era por la situación psicológica de estrés a la que se veía sometido el paciente cuando acudía al hospital. Por tanto, una de las consecuencias psicológicas de este uniforme es que impone respeto, pero hasta el punto de que a algunas personas les transmite miedo, inseguridad y exaltación, sobre todo en mujeres, niños y ancianos.

Algunos médicos han optado por no usar bata al pasar consulta para transmitir una imagen más cercana al paciente, ganarse su confianza más rápido y en definitiva, tratarlo “de tú a tú”. En este sentido, algunas marcas como por ejemplo han sacado al mercado unas batas de médico para pediatras que tienen detalles y dibujos de colores.

Estas concretamente se llaman, y ayudan al niño a estar más relajado y facilitan la comunicación médico-paciente. -Autoridad y confianza: El blanco está tan relacionado al concepto de salud, y cabe la posibilidad de que los pacientes difícilmente confíen igual en el médico si éste vistiera de amarillo fosforito.

  1. ¿Verdad que parecería ridículo? El hecho de que el médico lleve bata nos transmite seriedad y confianza, depositamos nuestro bienestar en él, porque nos transmite profesionalidad.
  2. Evidentemente, como en todos los trabajos, la imagen juega un papel importante.
  3. No podemos pensar que un abogado no irá a un juicio con los tejanos rotos, con la camisa llena de agujeros o con chanclas de playa.

Con los médicos pasa igual, pero se añade el factor de la tradición histórica de la indumentaria de su profesión. Las personas relacionamos colores y formas con determinadas ideas.Imaginemos un panel publicitario en la autopista: es todo rojo y abajo a la izquierda unas letras blancas.

  • Nadie duda de que producto se trata, ¿verdad? -Cuestiones finales El simbolismo de la bata y del color blanco adquiere, pues, unas connotaciones concretas, al menos en nuestra sociedad.
  • Identificamos el blanco con pureza, limpieza, higiene o salud.
  • Además, la bata ayuda a distinguir el médico del resto de personal sanitario y le aporta autoridad y status frente al paciente.

Aún así, tiene efectos psicológicos adversos como el miedo y la inseguridad; es decir, la bata constituye, en algunos casos, una barrera personal entre médico y paciente. Por cuestiones funcionales, puede ser prescindible en según qué casos, e incluso no recomendada si hay peligro de provocar una infección cruzada médico-paciente.

¿Cómo saber si eres un buen psicólogo?

¿Cómo saber si tu psicólogo es un buen profesional? / La decisión de ir a un psicólogo no siempre resulta sencilla, aunque afortunadamente se está normalizando esta cuestión en nuestra sociedad y cada vez son más las personas que piden ayuda psicológica con la misma facilidad con la que piden ayuda médica, legal o informática.

  • No obstante, ir al psicólogo supone un coste importante no solo en tiempo y dinero sino también emocional, ya que con frecuencia implica poner sobre la mesa temas que nos generan sufrimiento o frustración.
  • Por ello, es natural que queramos acertar con un buen profesional.
  • La dificultad estriba en que no siempre hay información suficiente sobre esta cuestión y muchas veces no sabemos qué esperar cuando acudimos a la consulta de un psicólogo y qué señales deben hacer saltar nuestras las alarmas y llevarnos a plantear un cambio de terapeuta.

En esta entrada te proponemos algunas claves para identificar a un buen psicólogo:

Se trata de un psicólogo sanitario colegiado: algunas de las personas que ofrecen psicoterapia no han recibido una adecuada formación en Psicología o no disponen de los conocimientos y credenciales necesarios para practicar la terapia psicológica con todas las garantías de profesionalidad y eficacia necesarias. Es fundamental que el profesional que nos atienda esté debidamente formado y acreditado para atenderte. Realiza una terapia con soporte empírico: por motivos diversos, a día de hoy algunos psicólogos realizan su trabajo partiendo de marcos teóricos que no se sustentan en las evidencias científicas más actualizadas. Pregunta a tu psicólogo y asegúrate de que trabaja dentro del marco cognitivo-conductual aplicando, Hace una evaluación detenida y respetuosa de tu caso: las primeras sesiones con un psicólogo deberán estar centradas en la evaluación, es decir, en recopilar datos dentro y fuera de sesión (p. ej., mediante cuestionarios, autorregistros.) que le permitan comprender en profundidad lo que le cuentas y tus circunstancias personales. Esta fase podrá durar más o menos en función de la problemática. En algunas ocasiones puede anticiparte algunas pautas o estrategias sencillas, aunque otras veces esperará a recabar toda la información para comenzar la intervención. Duda de cualquier profesional que antes de haberte escuchado detenidamente comience a darte soluciones o a “sermonearte” prejuzgando tu situación. Un buen psicólogo te hará sentirte comprendido y escuchado en las primeras sesiones. Te proporciona una explicación psicológica de tu problema y te propone un plan de tratamiento concreto: tras la evaluación, tu psicólogo deberá devolverte un análisis psicológico de lo que vayáis a trabajar y plantearte un plan de intervención específico que consensuará contigo y que estará adaptado a tus necesidades particulares. Es posible que algunos psicólogos hagan esto de manera menos explícita que otros; no dudes en pedir explicaciones y en solicitar esta información. Es respetuoso con tus creencias y valores y no emite juicios de valor: es papel del psicólogo poner de manifiesto ciertos patrones en la forma de actuar o de pensar que resulten poco saludables o eficaces y ayudar a cuestionarlos y a modificarlos. Sin embargo, esto nunca puede implicar que el psicólogo te impone su forma de ver las cosas o invalida tu sistema de creencia y de valores. Además, todos los cambios que se te planteen deberán ir siempre encaminados a mejorar tu bienestar a largo plazo. Se acuerda bien de los detalles de tu caso sesión a sesión y centra su atención en ti: si percibes que tu psicólogo no te escucha con atención, que de una sesión a otra no retiene información clave de tu caso y tienes que volver a explicarle muchas cosas, que desde el inicio de la terapia te cita con poca frecuencia (p. ej., mensual o trimestral), o si sientes que después de varias sesiones apenas te conoce o que suele dedicar bastante tiempo a hablar de sí mismo, es hora de plantearte si es el profesional más adecuado. Un buen psicólogo prestará mucha atención a lo que le cuentes, lo retendrá (y lo trabajará) entre sesiones y, aunque utilizará ejemplos para facilitar la comunicación, centrará en ti la atención durante toda la sesión. Notas avances a medida que avanza la terapia: aunque durante las primeras sesiones, al ser de evaluación, no es esperable notar muchos cambios, sí es habitual comenzar a detectar avances desde las primeras sesiones de intervención. Es cierto que en ocasiones algunas técnicas pueden tardar en hacer efecto o empeorar la situación antes de mejorarla (p. ej., cuando practicamos comportamientos asertivos en situaciones sociales conflictivas). Otras veces durante alguna fase de la terapia nos exponemos a temas dolorosos que nos generan emociones negativas. Sin embargo, esto debe ser algo puntual y el psicólogo deberá ser capaz de dar explicaciones razonables cuando esto se produzca. Deberán saltar nuestras alarmas si, de manera reiterada, lo pasamos mal durante las sesiones, salimos estando tristes y los días siguientes a cada sesión nos solemos encontrar algo peor que el resto de la semana. La terapia requiere tu implicación activa entre sesiones: aunque hablar sobre ciertos temas durante la terapia puede tener un efecto positivo, la mayor parte de la eficacia de la terapia procede de la aplicación de las técnicas y pautas terapéuticas en el día a día para cambiar nuestra forma habitual de funcionar. Asegúrate de que tu psicólogo te plantea ejercicios para practicar entre sesiones y comprométete con ellos pues de ello dependerá tu mejoría. La terapia no se alarga indefinidamente: cuando el terapeuta emplea procedimientos eficaces para el cambio y el cliente se implica activamente en la realización de las tareas, los cambios suelen producirse con bastante rapidez. Por ello, la mayor parte de las terapias duran solo pocos meses aunque se planifiquen algunas sesiones de seguimiento, más espaciadas, para garantizar la consolidación de los cambios. En algunos casos es posible que las terapias se alarguen más, ya sea porque surgen nuevos objetivos que se quiere trabajar, porque hay factores concretos que dificultan los avances, porque surgen imprevistos, etc. Aun así, son extremadamente raras las terapias eficaces que se alargan durante años. Por ello, si tu terapia se alarga más allá de lo esperado, pide explicaciones a tu terapeuta.

En resumen, tu psicólogo deberá ser una persona que te transmita una imagen de profesionalidad y rigurosidad en todo momento, al mismo tiempo que deberá hacerte sentir cómodo y respetado pese a que en ciertos momentos te plantee temas que sean más complicados o delicados para ti, siempre de forma profesional y cuidadosa.

  1. Si tu psicólogo no cumple estos requisitos,,
  2. Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996.
  3. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).

: ¿Cómo saber si tu psicólogo es un buen profesional?

¿Qué hay en un consultorio psicológico?

Consultorio Psicológico Profesional

  • Ejerzo mi trabajo:
  • Asociaciones y distinciones:
  • Ver toda la información
  1. Consultorio Psicológico Profesional es una clínica dedicada a ofrecer asesoramiento y orientación psicológica a todas las personas que necesiten darle otro sentido a su vida y puedan vivirla de una manera excelente.
  2. Especialidades
  3. Consultorio Psicológico Profesional abre sus puertas para ayudarlos con sus problemas psicológicos, brindándoles terapias especialmente para el problema que quieran solucionar, algunas de éstas pueden ser las que se mencionan a continuación:
  • Terapia individual
  • Terapia de pareja
  • Terapia familiar
  • Terapia de grupo
  • Orientación vocacional
  • Autoayuda
  • Orientación sexual
  • Equipo
  • El consultorio está integrado por psicólogos profesionales que tienen la especialidad de terapia familiar y de pareja hecha en la UNAM, y tienen la experiencia de adecuada para poder ayudarlos en lo que deseen.
  • Psicólogos profesionales: Alejandra Aguilera Galindo e Israel Escamilla López
  • Localización

Consultorio Psicológico Profesional está ubicado en la Colonia Lindavista, en la Delegación Gustavo A. Madero, en el Distrito Federal. Los profesionales no pueden modificar, eliminar o pagar opiniones. Nuestro equipo de moderación de contenidos se encarga de garantizar la veracidad de las opiniones publicadas. Consulta toda la información sobre opiniones,

¿Qué ofrece un psicologo en su consultorio?

DEFINICIÓN DEL PSICÓLOGO CLÍNICO Y FUNCIONES QUE DESENPEÑA – PILAR FERREZUELO El presente artículo está basado en el trabajo de investigación realizado por la Comisión del Mapa de la Psicología Clínica de Madrid. En el número 13 de Papeles del Colegio, con fecha del 84, se publicó un estudio sobre los Centros de Psicología Clínica de Madrid y provincia, basado en los datos obtenidos a partir de las encuestas tipo B, dirigidas a los Centros de asistencia en psicología clínica.

Aquí ofrecemos algunos de los datos obtenidos a partir de las encuestas tipo A, dirigidas a los psicólogos clínicos de Madrid. A continuación vamos a exponer los psicólogos consultados, a las preguntas 8 y 9 de la encuesta tipo A, ya que creemos que son de interés para nuestro colectivo profesional. Las respuestas a las demás preguntas de la encuesta tipo A, no las presentamos aquí, ya que son bastante similares a las de la encuesta tipo B y no han aparecido discrepancias importantes entre las respuestas a una y otra encuesta.I.

Definición del psicólogo clínico La pregunta nº 8 de la encuesta recogía 8 definiciones del psicólogo clínico, elaboradas a partir de una minuciosa revisión bibliográfica y documental sobre el tema. Las respuestas a esta pregunta nos permiten conocer cómo se definen a sí mismos los psicólogos clínicos, ya que cada psicólogo tenía que elegir una entre las diversas definiciones que se presentaban, o bien aportar una nueva original (opción nº 9).

  1. Seguidamente ofrecemos la trascripción de las definiciones, tal y como aparecían en la encuesta tipo A: 1.
  2. Profesional de la Psicología que ayuda a establecer una categoría diagnostica para clasifica r al paciente como perteneciente a una categoría específica de problemas psicológicos.
  3. Su rol fundamental es el de diagnosticador.2.

Investigador científico básico, especialista en investigación psicológica altamente entrenado, que aplica el conocimiento empírico y las teorías del comportamiento normal a la evaluación, comprensión y cambio de patrones anormales del comportamiento, rol que únicamente puede desempeñar el psicólogo clínico.3.

Profesional de la Psicología que estudia el psiquismo, las conductas y las formas de relacionarse de los individuos, procediendo a la prevención, diagnóstico, rehabilitación y tratamiento de las alteraciones de la personalidad existentes en la infancia, en el adulto o en la vejez, en sus aspectos individuales, en su adaptación al medio socio-familiar y laboral, así como a la profilaxis y desarrollo de la salud mental en la comunidad humana.4.

Profesional de la Psicología que utiliza una serie de contactos directos con el individuo, básicamente la orientación psicológica y la psicoterapia, que tienen como fin ofrecerle una ayuda para cambiar sus actitudes y su conducta.5. Profesional de la Psicología que observa al paciente en acción y selecciona, administra e interpreta pruebas psicológicas para diagnosticar los desórdenes y utiliza diversas técnicas psicológicas (terapia y psicoterapias) con el fin de mejorar la adaptación del individuo.6.

Profesional especializado en Psicología que utiliza los principios, métodos y conocimientos de esta ciencia en la investigación fundamental y en la investigación aplicada de los problemas concernientes a las conductas humanas y en la resolución de estos problemas en los campos individual, familiar, socio-laboral o comunitario.7.

Profesional de la Psicología que se dedica al estudio, investigación y comprensión de la estructura psíquica de los individuos, estableciendo el psicodiagnóstico y el tratamiento de los aspectos psicopatológicos de los mismos en todas las dimensiones, individual, familiar, socio-laboral y comunitaria.

  1. También puede investigar y planificar programas de profilaxis y desarrollo de la salud mental.8.
  2. Profesional de la Psicología que se dedica a la investigación fundamental de los patrones anormales de comportamiento, para evaluarlos y establecer programas de cambio, utilizando los conocimientos teóricos y prácticos de la ciencia psicológica, así como a la investigación de los problemas de comportamiento que se presentan en personas psicológicamente normales con problemas corrientes, problemas que pueden surgir en su vida diaria a nivel individual, familiar, sociolaboral o comunitario y en todos los aspectos de los servicios sanitarios.9.

Otra definición. En la figura 1 podemos ver como se distribuyen las respuestas. Hemos podido observar que la definición nº 3 obtuvo el porcentaje mayor de respuesta (38,4%), siendo con la que mayoritariamente parecen identificarse los psicólogos clínicos.

Otra definición que obtuvo un alto porcentaje es la nº 7 (26%), seguida a gran distancia por la definición nº 8 (1 1,2%). Las restantes definiciones fueron señaladas en porcentajes inferiores al 10%, oscilando desde un 8,8 (definición nº 6), hasta un 2% (definición nº 5). Es de señalar que la definición nº 1 no obtuvo ninguna respuesta, y en la opción nº 9 hubo escasas aportaciones de definiciones originales.

II. Funciones que desempeña el psicólogo clínico La pregunta nº 9 de la encuesta recogía una relación defunciones, que pensamos pueden desempeñar los psicólogos clínicos. En un principio la pregunta se desdoblaba en dos: por un lado, había de señalarse si algunas de estas funciones eran propias del psicólogo clínico, y por otro, precisando aún más, si estas funciones tenían un carácter exclusivo dentro de la labor profesional del psicólogo clínico, o bien estaban dentro de la competición de otros profesionales.

  • Numerosos errores y omisiones en la cumplimentación de las encuestas, solo han hecho posible conocer en que medida se considera que las funciones presentadas son desempeñadas por los psicólogos cínicos.
  • A continuación transcribimos la relación de funciones del psicólogo clínico tal y como aparecía en la encuesta tipo A: 1.

Diagnóstico clínico.2. Orientación y consejo.3. Tratamiento de problemas psicológicos (terapias y psicoterapias.4. Tratamiento de problemas psicosomáticos.5. Tratamiento de problemas sexuales.6. Reeducación de problemas de aprendizaje.7. Evaluación, tratamiento o rehabilitación de minusvalías psíquicas.8.

Estimulación precoz 9. Psicomotricidad.10.Terapia ocupacional.11. Psicoprofilasix.12. Psicología comunitaria.13. Investigación 14. Psicología Experimental.15. Otros (especificar) Las respuestas a esta pregunta se distribuye como refleja la figura 2. A juzgar por las respuestas, podemos decir que las funciones principales del psicólogo clínico son el tratamiento de los problemas psicológicos (terapias y psicoterapias) y el diagnóstico clínico, siendo éstas las dos categorías que alcanzaron porcentajes mayores de respuesta.

En segundo lugar, aparecen una serie de funciones que fueron señaladas en porcentajes que oscilan entre un 20% y un 30%; éstas son: tratamiento de problemas psicosomáticos, evaluación, tratamiento o rehabilitación de minusvalías psíquicas, tratamiento de problemas sexuales, psicología comunitaria, psicoprofilaxis, y reeducación de problemas de aprendizaje.

  • Un tercer grupo lo constituyen una serie de funciones que obtuvieron una respuesta bastante menor, oscilando entre un 10% y un 20%; éstas son: orientación y consejo, psicología experimental, estimulación precoz, psicomotricidad, e investigación.
  • La categoría menos sería señalada fue la terapia ocupacional, a la que solo consideraron función del psicólogo clínico un 6,4% de los psicólogos consultados.

III. Relación entre definición del Psicólogo Clínico y Escuela Psicológica A continuación vamos a conocer en que medida influyó la orientación teórica de la que cada psicólogo participa a la hora de elegir una definición del psicólogo clínico En la tabla 1 podemos ver como se distribuyen los datos.

  1. Es interesante ver, como la mayoría de los psicólogos que eligieron las definiciones 3 y 7 pertenecen a una orientación psicoanalítica, seguidos de los eclécticos.
  2. Por otro lado, podernos ver que los conductistas y cognitivistas se inclinaron principalmente por las definiciones 8 y 6. IV.
  3. Relación entre escuela psicológica y funciones que desempeña el psicólogo clínico También vamos a conocer si la escuela psicológica, de la que cada psicólogo participa, influyó a la hora de determinar las funciones que desempeña el psicólogo clínico.

En la tabla 2 vemos como se distribuyen todos los datos, Podemos ver que existe unanimidad, entre los psicólogos de las cinco escuelas psicológicas más señaladas, a la hora de elegir como funciones del psicólogo clínico la realización de tratamientos psicológicos (terapias y psicoterapias) y el diagnóstico clínico.

Otras funciones, que en las cinco escuelas, aparecen señaladas entre las seis primeras son: el tratamiento de problemas sexuales, la evaluación, tratamiento o rehabilitación de minusvalías psíquicas, y la psicología comunitaria. Otras funciones, que aparecen señaladas entre las seis primeras por algunas de las escuelas son: el tratamiento de problemas sexuales, la evaluación, tratamiento o rehabilitación de minusvalías psíquicas, y la psicología comunitaria.

Otras funciones, que aparecen señaladas entre las seis primeras por algunas de las escuelas son: el tratamiento de problemas psicosomáticos, la psicoprofilaxis y la reeducación de problemas de aprendizaje. En las restantes funciones presentadas existe mayor variabilidad según las escuelas psicológicas. Figura 1. Definición del psicólogo clínico. Figura 2. Funciones que desempeña el psicólogo clínico. Tabla 1. Definición del psicólogo clínico. Tabla 2. Funciones que desempeña el psicólogo clínico.

¿Qué brinda un consultorio psicológico?

El consultorio psicológico de la Universidad Nacional Toribio Rodríguez de Mendoza de Amazonas, forma parte de los servicios de la Oficina General de Bienestar Universitario, y tiene como finalidad brindar asistencia psicológica a los miembros de la colectividad toribiana, con la intención de preservar la salud mental universitaria.

Nuestro consultorio ofrece una atención integral, poniendo énfasis en las necesidades psicológicas de nuestros estudiantes, para que puedan enfrentar sus problemas con una actitud positiva y logren, de esta manera, un estado de equilibrio interno que les permita interactuar armónicamente con el mundo.

Objetivos Objetivo General: Ofrecer a la comunidad universitaria los espacios que favorezcan la prevención y atención de problemas psicológicos, para mantener un estado deseable de salud mental y alcanzar el desarrollo personal. Objetivos Específicos:

  • Brindar atención individual a las personas, abordando sus problemas y necesidades con un enfoque multidimensional, holístico y no directivo, que permita orientarlos en la solución de sus dificultades.
  • Dar atención grupal al estudiantado con el objetivo de promocionar la práctica de conductas positivas, contribuyendo al crecimiento colectivo y al mejoramiento del clima institucional.
  • Atender los requerimientos de la ciudadanía en general, cumpliendo con el propósito de la proyección a la comunidad.

Servicios

  1. Asesoramiento y orientación psicológica.
  2. Evaluaciones psicológicas
  3. Atención Individual y grupal.
  4. Orientación vocacional
  5. Programas de Prevención y Promoción de la Salud Mental:
  • Programa de Habilidades Sociales
  • Programa Educativo de Prevención de Adicciones
  • Programa de Hábitos de Estudios
  • Programa de Sexualidad y Amor Saludable
  • Programa de Orientación y Reorientación Vocacional
  • Programa de Tutoría y Consejería Universitaria (dirigido a Docentes y alumnos)
  • Programa de Preparación para la Inserción laboral (dirigido a alumnos de últimos ciclos)